A LA SMA. VIRGEN MARÍA EN MONTSERRAT (Parte II)
Y alzose el templo, y a los pies del ara
santos, reyes y pueblos se humillaron,
y siete siglos de ventura y gloria
tus hijos, noble Iberia, contemplaron
 
Empero ya el momento
de la expiación tremenda se acercaba
para el Monarca indigno, que olvidado
de religión y patria, descuidado
a lascivos placeres se entregaba.
Presto las puertas de la fiel Tarifa,
de un vil traidor, por la maldad guiado,
se abrieron a la intriga miserable;
raudas las tribus de Ismael osadas
la Bética invadieron,
y tras ruda batalla formidable
el cetro godo y su poder se hundieron.
 
¡Ay, que ya el Guadalete enrojecido
ya publicando la victoria cierta
del Árabe temido,
y del triste Cristiano los dolores!...
¡Ay, que ya los sangrientos invasores
de Barcino a las puertas se adelantan,
y al escuchar del pueblo los clamores
su fácil triunfo con orgullo cantan!
¿Será la santa Imagen peregrina
triste despojo de sus torpes manos?...
No, jamás: ya un ilustre
prelado se encamina
al escarpado, silencioso monte
que humilde besa el Llobregat sonoro:
Sobre sus hombros venerable carga
con paso incierto y tembloroso lleva,
y por un noble godo conducido
la deposita en solitaria cueva.
Y al alejarse acaso para siempre
de aquel monte y del Busto sacrosanto,
así exclama, con eco dolorido,
de sus ojos vertiendo acerbo llanto:
«Guarda, guarda en tu seno,
fuerte risco, tan célico tesoro;
no en tus cumbres jamás el Agareno
ose imprimir su destructora huella;
que en ti dejamos, con dolor profundo,
la imagen sacratísima de aquella
que en las penas del mundo
es fuente de esperanza y de consuelo:
Concha serás de perla misteriosa
que por nosotros te confía el Cielo.
Y tú, Madre amorosa,
por las lágrimas tristes que derraman,
por las fervientes súplicas que elevan
los fieles hijos que tu nombre aclaman
y hoy hondo cáliz de amargura prueban,
ahuyenta la ansiedad que les oprime,
tiende, Señora, tu benigna mano,
y a tu pueblo redime
del ominoso yugo mahometano.
Haz que llegue la hora
en que, fúlgido sol de esta montaña,
torne a lucir tu imagen bienhechora;
que de tus hijos el amparo sea,
y, protectora de la madre España,
el orbe todo tu grandeza vea.»
 
Dijo; y cual si presente
tuviera lo futuro ante sus ojos,
el grato anuncio se miró cumplido.
Tras largos años de sangrienta lucha
del Musulmán los bélicos laureles
trocáronse en abrojos,
y ante el bravo Español gimió vencido.
Barcino se entregaba a la alegría
del bárbaro opresor al fin salvada,
que ya en sus muros tremolar veía
la sacrosanta enseña que debía
brillar más tarde en la oriental Granada.
 
Empero bien más alto y permanente
quiso otorgarle en su bondad inmensa
el supremo Hacedor omnipotente.
Era una noche plácida y suave
del floreciente Mayo;
tímida luna, en lánguido desmayo,
en el mar de occidente se ocultaba,
y con acento grave
el viento en la floresta murmuraba.
En esplendor bañado
el Monserrat de súbito aparece,
óyese el canto de celeste coro,
y vaga nube de amaranto y oro
en elevada cima resplandece.
A contemplar tan singular prodigio
el pueblo presuroso se adelanta,
y, salvando del monte la aspereza,
oculta cueva mira entre maleza
a do penetra con segura planta.
Empero ¿qué grandiosa maravilla
viene de todos a embargar la mente?
De improviso descúbrense la frente,
doblan enajenados la rodilla...
La imagen de la Virgen sin mancilla,
del antro oscuro en escondida estancia,
con Jesús en los brazos
a sus ojos atónitos se muestra:
Suavísima fragancia
difunde en derredor, vivo destello
de luz fulgente y pura
circunda en torno su semblante bello...
¿Qué más alta hermosura
el fervoroso espíritu cristiano
en éxtasis divino soñaría?
Así, cercado de radiante lumbre,
Jesús a sus discípulos amados
en la elevada cumbre
del sagrado Thabor se mostraría.
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