MULLAN LAS NUBES CON PERENNE LLANTO…
Mullan las nubes con perenne llanto
tu blanda tierra, ¡Oh! tumba del exilio
que el rey Ibn Abad cubres los restos.
Guardas con él tres ínclitas virtudes
-ciencia, merced, clemencia- congregadas;
la fértil abundancia que las hambres
vino a extirpar, y el agua en la sequía.

Cobijas al que lides riñó invicto
con la espada y la lanza, y con el arco;
el que al fiero león fue dura muerte;
émulo del Destino en las venganzas;
del Océano en derramar favores;
de la Luna en brillar entre las sombras
la cabecera del salón.

Sí, es cierto:
no sin justicia, con rigor exacto,
un designio celeste vino a herirme.
Pero, hasta este cadáver, nunca supe
que una montaña altísima pudiese
caber en temblorosas parihuelas.
¿Qué quieres más? ¡Oh, tumba! Sé piadosa
con tanto honor que a tu custodia fían.

El rugidor relámpago ceñudo,
Cuando cruce veloz estos contornos,
Por mí, su hermano –cuya eterna lluvia
de mercedes refrenas con tu laude-,
llorará sin consuelo. Y las escarchas
en ti lágrimas suaves, gota a gota,
destilarán los ojos de los astros,
que darme no supieron mejor suerte.

¡Las bendiciones del Señor desciendan,
insumidas a números, incesantes,
sobre quien pudre tu caliente seno!
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