PROSA - Precoz

PRECOZ

Yo fui un niño precoz. Un niño precoz quiere decir un hombre retardado. ¡Pobres hombrecitos tristes! Porque este estilo que es la precocidad permanece mucho tiempo en su isla descentrada y sin tiempo y como todos los niños precoces tuve un éxito rápido y brillante en todo lo que hacía. Pintura, música, escritura, versos míos eran la admiración de todos: familia, amigos y conocidos.

Este es el secreto de mi abundancia poética adolescente y juvenil. Yo escribía, escribía como un loco, versos y prosas. Y además los publicaba. Ningún periódico o revista onubense, sevillano, madrileño de la época me regateó sitio, y en muchos, tuve un lugar preferente, retrato y hasta pago.

Y leía, leía atropellada, revueltamente, cuánto caía en mi mano: versos, novelas, etc. En esa época imperaba lo social, el simbolismo, el modernismo inicial, que venía del romanticismo. Se levantaban ante mí estelas luminosas, guías de vida y arte, y mantenía una correspondencia frenética con los jóvenes de entonces. Yo vivía, eso no me lo quita nadie, embriagado de mi sueño, y hubiera dado mi vida por la poesía, y en realidad la daba, sin morirme. Enfermedad, soledad, renuncia, fueron mi juventud hasta los veintiocho años.

Yo sé hace mucho tiempo, mucho que entre todo ese montón de libros míos que empieza en “Almas de Violetas” y llega hasta “Laberinto” hay una calidad evidente dispersa, un evidente contacto con la poesía, májica fantasía, iluminación; pero una expresión vacilante y sin insistencia.

Esa calidad de mi adolescencia y mi primera juventud es la que yo quiero salvar por respeto a mi mismo adolescente y joven. Y mi obligación gustosa es despejarla, limpiarla de hierba viciosa.

Más fácil sería dejarlo todo como está. Pero yo prefiero castigar, como un crítico de aquel niño, mi lijereza de entonces con mi tiempo de hoy. Por eso libro mi escritura primera y la presente.

O, al menos, me la presento a mí mismo para no avergonzarme de mi precocidad.