A MI HIJO
Vienes, hijito, cuando ya la luna
domina todo el cielo de mi vida.
Cuando suplanta el búho
al ruiseñor vivaz y tempranero.
Vienes cuando tu padre
no sube ya los montes;
y prefiere, callado,
mirar cómo fue todo, cómo todo
se fue quedando atrás en el camino.
Déjame tu manita de Arzobispo,
manteca más que carne, leche viva,
que mañana será mano de obrero
con alma de señor.
Tu manita expresiva,
que agarra el biberón con impaciencia
y, a medida que bebes,
se afloja, se separa,
se mueve alegremente
como rama nutrida en busca de aire.
Déjame ver tus ojos, que ya miran
los colores y formas de las cosas
sin entender el alma;
casi, casi lo mismo que tu padre.
Tus ojitos que ya me reconocen,
que ya ven en los míos algo tuyo;
que ya se ven en mí
como yo en ti me veo, flor tardía.
Y ríeme al llegar, cuando aparezco
en el breve escenario de tus ojos.
Ríeme así, con ancha boca, encías,
paladar, boca intacta,
boca sin dientes, todavía entrañas,
color de corazón oxigenado.
Ríeme, flor tardía.
y borra así la raspa
de haberte dado cita
en un mundo que ofrece y nunca cumple.