GADITANO PRISIONERO
Pinta una sonrisa en tu rostro,
aún juvenil e inexperto,
que tocarás las puertas del cielo,
aún tan verdadero y cierto;
yo a cambio tristemente postro
una mirada perdida en mi rostro,
para que se disipe con tus pechos
una vez agache mi vista de estos techos,
tan grises y desgastados como el silencio,
tan tristes y deshojados como el desierto,
de los cielos de Inglaterra
tras los que se oculta mi tierra.

A ti, niña gaditana,
la más bonita y la más hermosa,
de orillas tiernas y piel de rosa,
a ti, niña gaditana,
te saben los besos a gloria,
y de vez en cuando los regalas gustosa;
a ti, que sabes que mi corazón es tu casa
y tiene sus puertas abiertas,
que ya entra el levante
y me vuelve loco, loco con arte
y ciego por amarte.
. . .



Dibuja una sonrisa sencilla, que me haga
olvidar las miserias de Cádiz y sus gobernantes,
los culpables de que hoy me apellide emigrante,
para que al verla recuerde, por qué soy como soy
y no hay nadie que pueda amargarme, hoy,
que el paraíso lleva tu nombre,
y eso ya es imborrable,
que el paraíso lleva tu nombre,
y eso ya es indudable;
háblame con tus manos
cuando tengas la voz herida,
pero no me castigues con tu silencio
que no fue idea mía mi partida,
que yo te regalaré letras por febrero
para que otros entiendan cuanto te quiero,
que está de más decir que por ti me muero,
no como esos bastardos derrotistas agoreros,
sino como el hombre que de mi hiciste e hicieron,
gaditano prisionero.