SESTINAS (II)
De Febo Apolo el claro ardiente rayo
ya muda l'alta nieve en tibias ondas
del más helado i riguroso monte;
sólo a mi pura luz no cambia el yelo
en piedad su centella, ni la llama
que humedece los cercos de mis ojos.

El polvo, el siclamor, sus blandos ojos
abren con el calor del puro rayo
que esparze en tomo de Phaetón la llama,
i con el fresco humor de vivas ondas;
mas nunca reverdece, suelto el yelo
(bien que a la faz del fuego), mi arduo monte.

Las plantas bolverán de cualquier monte
otra vez a cerrar sus lindos ojos,
i cubrirá sus calvas duro yelo
ante que yo vos vea, ô dulce rayo
del eterno splendor, bañada en ondas
por la piedad de mi sobervia llama.

¡Ô si en cana ceniza mi alta llama
buelta, anduviesse solo por el monte,
o por do forman triste voz las ondas
del Betis, i no viesse aquellos ojos,
ni aquel luziente i amoroso rayo,
poderoso a encender el duro yelo!

Amor, enciende el cristalino yelo
de mi dulce enemiga con tu llama,
si no quieres mirarme al duro rayo
suelto (cual en verano nieve al monte)
en lágrimas, i ciegos estos ojos
con el incendio de sus negras ondas.

I si no te movieren estas ondas,
ni de mi Laida el amarillo yelo
a quererme mirar con blandos ojos,
sacude con valor tu acerba llama,
i abrásame cual suele a espesso, monte
un fogoso i horrendo i fiero rayo.

Pues duro rayo i encendidas ondas
no vencen deste monte el arduo yelo,
abrasa, llama, mis osados ojos.