La verdadera historia no se escribe sin dar al fracasado un sitio en la palabra. Y qué mejor motivo para hacerlo que encontrar esas huellas de los días envueltos con la propia renuncia, ese final escrito sobre el aire. Quién oyera la voz incandescente de aquél cuyo silencio es su enemigo y se sabe orador, y se responde con la locuacidad de la derrota. El hundido conoce como nadie el sombrío dolor, la llama fría que propaga su intento de vivir, de alumbrarse. Pero calla la vida, todo calla. La verdadera luz se enciende sola. (De Dos lentas soledades, p. 39).