DE LA NOCHE Y SU TRIUNFO


Un día asistiremos obligatoriamente
a una melancolía de azucenas,
cumplida ya la cifra inalterable de los pasos,
y a partir de ahí seguiremos solos
como hombres de lóbrego mar
con el moho de algún naufragio
en sus manos infamadas.

Ahí nos reconocemos como máscaras,
como una conjunta mirada ciega
de héroes huérfanos que se ignoran
y se achispan en insensatas tabernas,
los sábados, por no tener con qué comprarnos
una isla extraña, por no encontrar
cartas y fotografías de amores pasados
tal como nos hubiera gustado poder incinerarlas.

La noche se solaza a nuestro lado
como un cóncavo silencio de cerrojos descorridos
y, ¡cómo se amolda a las horas del día!

Ahí llega, está golpeando a la puerta:
un flash de muerte en la sonrisa.

Nada quedará de todo, sino la ceniza
de diluidos imperios de vastos nombres.
Hasta nuestros rostros se desplazarán
entre los espejos peregrinos que inundan las paredes
perdiéndose en monótonas semejanzas.

Pensar que nos vamos a morir de risa de estar vivos,
que nos vamos a agonizar con las palabras
hasta que la luz pregunte por nosotros.