No es el verde enlutado del mar en los cantiles cuando llora el regreso de sucias travesías, ni es el verde en los campos de poliédricos brillos cuando el sol lo dardea con metralla amarilla, ese verde que canta suspendido en el aire y en la almazara dona su sangre a los humanos para que ellos también pongan risas aéreas en la vida, la casa, la calle y el trabajo, y así, mientras el tiempo sin tregua nos tritura, corre espeso el amor dando vida a los otros. (Inédito)