Los primeros domingos del verano, antes de que acabaran las clases del colegio, eran tus preferidos. Porque estaban las playas aún con poca gente y algunas extranjeras se bañaban desnudas en la cala. “Son actrices de cine”, gritaban excitados tus amigos camino del paseo, con unos cuantos duros robados del cepillo de la iglesia por aquel monaguillo con cara de angelote. De dos en dos minutos usabais por turnos el mirador azul. Una intensa emoción inconfesable se hacía dueña de ti cuando encontrabas, tras una panorámica fugaz por las hamacas, esos cuerpos sin nombre y piel de caramelo, tendidos en la arena, dorados por el sol. ¿Qué sensación extraña, qué misterio tiraba de vosotros después hacia las rocas, allí donde rompía el mar su calma y las nuevas parejas sellaban, con un beso de amor, su compromiso sin fin, hasta la muerte? ¿Qué castigo de un dios, te imaginabas, sufrirías si fueses descubierto en mitad de esas rocas, con traje de domingo, y en pecado mortal, a pleno día?