I Frontera y contrabando la calle Buensuceso donde vives. Ilícito es tu cuerpo al despertar, y las noches quisieran suicidarse cada vez que regresas con el corazón sólo, la urgencia en tu hermosura, pues morir deseándote no es una alternativa desdeñable en los tiempos que corren. Más tarde, diferentes caminos olvidados te llevarán allí, a los olivares, a la estación cercana donde siempre te esperan, y sabrás silenciar -el tiempo así lo exige- el piso de ciudad que abandonaste al menos por dos meses y hasta otoño. II Aquí, si yo pudiera ofrecerte un viaje de aventuras, navegar por las aguas extranjeras y dejar estas tierras y esta dura ciudad que me asesina, dejar de traficar con la tristeza, con la muerte y el odio que culminan robando tu belleza y mi entereza, si yo pudiera, amor, si yo pudiera desotoñar el tiempo que nos queda llevando a otra calle marinera el juego de la luz por otros labios, renunciar a mis modos temerarios y olvidarme, olvidarme del pasado, y entregarme a tus ojos lacrimosos, tan pequeños, tan vivos, tan hermosos, que mi cuerpo y mi vida te la diera si yo pudiera, amor, si yo pudiera. III Me veo en el derecho a preguntarte, después de tanto tiempo navegando en tu mar, por qué ese color verde de tus ojos tan negros, y esa curva oceánica de tus embarcaderos, y la zona intermedia de tus anticiclones no buscan la vaguada, el viento en calma que me lleve a buen puerto, me libre del naufragio, y me nombre de nuevo almirante en funciones de tu barco.