A DOÑA MARÍA ANA BECK

Cual tañedor de armónico instrumento
que deseando complacer, lo mira,
hiere al azar sus cuerdas, y suspira
incierto, temeroso y descontento; 

Si escucha un conocido, tierno acento,
anhelante despierta, en torno gira
los arrasados ojos y respira
poseído de un nuevo y alto aliento, 

Tal, si aún viviese en mí la pura llama
Y el don de la divina poesía,
pudiera yo cantar a tu mandado; 

Mas el poeta humilde que te ama,
teme tocar ¡oh María Ana mía!
un laúd que la edad ha destemplado.