Creyendo conocer la vida, la cruzamos como barquitos de papel en alta mar. Caminamos con los ojos teóricamente abiertos por áreas de servicio. Adoramos la velocidad. Salvaguardamos la costumbre. Algunos imploramos el naufragio. Luego despertamos, o eso parece, y ya no vimos lo que debíamos ver. Todo hombre de verdad guarda metralla en los ojos. A todo hombre de verdad le escuece la mirada.