Desobedécete, comienza. Ponte la corona de ti mismo, regenta de una vez por todas la estirpe de tus actos. Siémbrate en tu deseo en el humus perfecto de su barro. Emprende la liturgia de tu alma dilatándose hacia las mil fronteras. Propicia en tus manos una alegría sin cuartel, un grito visitado por el ave más alta. Ríe y danza en tu nombre, con todas tus letras y tus mares. Cabalga sobre tu pecho, como jinete hondo de mineral y dicha. Y ya completamente en ti, embriágate de todo cuanto no seas. “ La rotación del puzzle”