ATARDECIDA

Hay que vivir deprisa.
Tú eres ahora mismo
la suavísima hora de la tarde,
la plácida, serena, atardecida hora
en que comienza a decaer la luz,
que ya agoniza a medida que escribo
y te recuerdo.

Hay que vivir deprisa
sin embargo.
Porque las horas ya
se me deshacen
por todos los rincones de mi cuerpo;
se escapan tan deprisa
que apenas ya lo advierto,
y me sorprenden
al ver cuántas se han ido de puntillas.

Hay que vivir deprisa,
taponar las fisuras de este tiempo
que pugna por salir
en busca de las horas transcurridas.

Sabes, quiero ser la tranquila y templada
pero tú, no tuviste la paciencia debida
y te precipitaste.

Por eso, sé que el tiempo no espera,
no aguarda.
Hay que vivir deprisa a mi pesar.