Hay que vivir deprisa. Tú eres ahora mismo la suavísima hora de la tarde, la plácida, serena, atardecida hora en que comienza a decaer la luz, que ya agoniza a medida que escribo y te recuerdo. Hay que vivir deprisa sin embargo. Porque las horas ya se me deshacen por todos los rincones de mi cuerpo; se escapan tan deprisa que apenas ya lo advierto, y me sorprenden al ver cuántas se han ido de puntillas. Hay que vivir deprisa, taponar las fisuras de este tiempo que pugna por salir en busca de las horas transcurridas. Sabes, quiero ser la tranquila y templada pero tú, no tuviste la paciencia debida y te precipitaste. Por eso, sé que el tiempo no espera, no aguarda. Hay que vivir deprisa a mi pesar.