1 Como el almendro florido has de ser con los rigores, si un rudo golpe recibes suelta una lluvia de flores. 2 Antes que el sepulturero haya cerrado mi caja, echa sobre el cuerpo mío tu mantilla sevillana. 3 Tiro un cristal contra el suelo y se rompe en mil cristales, quiero borrarte del pecho y te miro en todas partes. 4 Sobre su negro ataúd daban las gotas del agua, ¡qué lejos el cementerio y qué noche tan amarga! 5 A las puertas de la muerte sentado habré de aguardarte; no faltarás a la cita, allí te espero, ya sabes. 6 Allá en el fondo del río cuando nada turba el agua, palpita de las estrellas el hormiguero de plata. 7 Aprovecha tus abriles y ama al hombre que te quiera, mira que el invierno es largo y corta la primavera. 8 Para alcanzar las estrellas sonda el cisne la laguna; en el mar de los amores yo soy cisne y tú eres luna. 9 A la luz de tu mirada despido mis penas todas, como a la luz de los astros la hoja despide la sombra. 10 No soy dueño de mí mismo ni voy donde a mí me agrada, atado llevo el deseo al hilo de tu mirada. 11 Parecía la amapola que ayer vi en el cementerio, sus rojos labios que ansiaban darme los últimos besos. 12 Cuando eche mi cuerpo flores sólo una cosa te pido, que las pongas en el pecho donde no pude estar vivo. 13 Mira qué triste está el cielo, mira qué sendas tan solas, mira con cuánta amargura se van quejando las hojas. 14 Para mirar qué es la vida, cuando estoy en mi aposento con un fósforo señalo la forma de un esqueleto. 15 La campiña cuando sales se inunda de luz alegre, y las hojas de las ramas baten las palmas al verte. 16 De dos montañas distintas corren al mar dos arroyos, y en el camino se juntan para no caminar solos. 17 Tengo los ojos rendidos de tanto mirar tu cara, si los cierro, no es que duermen, es tan sólo que descansan. 18 Tus ojos son un delito negro como las tinieblas, y tienes para ocultarlo bosque de pestañas negras. 19 De aquella peña más dura sale el manantial alegre, de un pecho con ser humano no sale el cariño siempre. 20 Dentro de una calavera dejó la lluvia un espejo, ¡y en él a la media noche se contemplaba un lucero! 21 Para formarle un collar a tu pecho, dueño mío, voy buscando por las ramas los diamantes del rocío. 22 Fuera entre todas las cosas por abrazarte temblando, enredadera florida de tu cuerpo de alabastro. 23 Rayito fuera de luna para entrar por tu ventana, subir después por tu lecho y platearte la cara. 24 Cuando me esté retratando en tus pupilas de fuego, cierra de pronto los ojos por ver si me coges dentro. 25 Dos velas tengo encendidas en el altar de mi alma, y en él adoro a una virgen que tiene tu misma cara. 26 Cuando me envuelvo en el rayo de tus pupilas siniestras, como terrible martillo toda mi sangre golpea. 27 Creyendo darlo en tu boca he dado en el aire un beso, y el beso ha culebreado como una chispa de fuego. 28 Divididas en manojos están tus negras pestañas, y cuando la luz las besa no he visto sombras más largas. 29 Si quieres darme la muerte tira donde más te agrade, pero no en el corazón porque allí llevo tu imagen. 30 Viviendo como tú vives enfrente del cementerio, qué te importa ver pasar un cadáver más o menos. 31 Una lápida en su pecho pone al amar la mujer, que en letras de luto dice: «muerta, menos para él». 32 A saludar a su amada voló un dulce ruiseñor, vio otro pájaro en su nido y de repente murió. 33 El día de conocerte, mira qué casualidad, tu nombre estuve escribiendo en la escarcha de un cristal. 34 En el altar de tu reja digo una misa de amor, tú eres la virgen divina y el sacerdote soy yo. 35 Yo no sé qué me sucede desde que te di mi alma, que cualquier senda que tomo me ha de llevar a tu casa. 36 Sobre la almohada donde duermo a solas, ¡cuántas cosas te he dicho al oído sin que tú las oigas! 37 Cuando el claro día llama a mis cristales, desvelado me encuentra en la sombra trazando tu imagen. 38 Hay en tu mirada yo no sé qué cosa, que en mis fibras penetra y penetra como espada sorda. 39 Creyendo en mis sueños poder abrazarte, ¡qué de veces, mi bien, he oprimido las ondas del aire! 40 Jugara la vida gozando en perderla, si a las cartas les dieran su sombra tus pestañas negras. 41 El acento dulce de tu voz amada, me parece una ola de llanto que besa las playas. 42 Cada vez que a verte voy en tu puerta me detengo, pues temo que la alegría me trastorne el pensamiento. 43 Sólo le pido al Eterno que al despuntar cada día, las sombras de nuestros cuerpos sorprenda la luz unidas. 44 Si fuera rayo de luna por tus ojos penetrara, y en silencio alumbraría el sagrario de tu alma. 45 Quisiera tener un rizo de tu oscura cabellera, para gastarme los ojos en sólo mirar sus hebras. 46 Ya viene la primavera, ya los pájaros se hermanan, ¡cuánto espacio entre nosotros y cuán cerca nuestras almas! 47 Tu desaire más ligero pone mi pecho vibrando como un granillo de arena hace temblar todo un lago. 48 Antes de yo conocerte soñaba que me amarías; ¡quién presta oído a los sueños, quién de los sueños se fía! 49 Cuando muerto esté en la tumba toca en ella la guitarra, y verás a mi esqueleto alzarse para escucharla. 50 Cuando a media noche los ramajes tiemblan, el silencio interrumpen y pasan las almas en pena.