Te he buscado Señor, sin encontrarte: me confunde la Biblia con sus hechos, te he buscado constante cada día en iglesias, basílicas, conventos... Fui cruzando el herraje de las puertas y perdida en penumbras de tu templo, vi columnas de hermosos capiteles con un lujo en altares, muy grotesco. Figuras de madera o barro miran, -son gente religiosa que murieron- sus ojos de cristal estan sin vida y tienen el mirar frío del hielo. Desde el pulpito, un cura que predica asusta al feligrés con duro verbo, afirma que el pecado les condena y explica las torturas del infierno. Me pregunto Señor, ¿qué quien es nadie comparando tu amor con fuego eterno? Yo sé bien que aunque peque, tú has de amarme, y guía tu perdón camino al cielo. No entiendo que buscarte ya me agote y sólo me impresiona el monumento, me alejo de tu templo, y aturdida... No te encuentro Señor... ¡Tú no estas dentro! Un día te encontré cuando miraste con ojos de aquel niño pedigüeño; y siento que me rozas con la brisa o abrazas con el sol un día de invierno. ¡Me estremece encontrarte, ¡en todo el verde de la vega que está rodeando el pueblo!, la vereda que lleva hasta la ermita, el sonido que viene de un colegio… Te siento cuando estoy con mi familia, en casa, en mis faenas y en mi tiempo, en el campo, ¡al llegar la primavera!, entre amigos, nevando en el invierno... Y es que, ¡a ti Señor nadie te encierra con lujos que protegen en los templos!, es que a ti mi Dios, no sé yo hablarte con rutina aprendida en cada rezo. Que tu templo es el bosque que verdea con los seres que habitan al completo. Para hablarte... Solo miro una estrella, y a mi modo, te digo lo que siento.