Sólo yo sé cuándo sobrevivimos. Lo sé porque mis dedos se transforman en lápices de colores. Lo sé porque con ellos dibujo en las paredes de tu casa mujeres con rostro de epitafio. Porque, a la caricia de la punta, comienza el derrame de los cimientos formando arco iris en la noche. Porque, al escribir testamentos en el suelo, se remueven las vísceras de azúcar, y trepan tus raíces. Grabo versos de colores fríos en tu piel, de arquitrabe a basa, y les llueve y los diluye, y compruebo que la lluvia suena como hacen al caer las canicas brillantes y naranjas que cambiaba en el patio del recreo, poco antes de calzar mi primer bikini. Hoy guardo las canicas, como un apagado tesoro, en los huecos de otras espaldas. Pinto también en la terraza de enfrente un jardín de lápidas cálidas y hermosas. Trazo como una medusa de bronce, un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo el valle diminuto que proclama que es frágil y sin embargo, dirás tú, sobrevive. (De Mi primer bikini)