SEMINARISTA

Enlutado su traje, aprendiz de sotana.
Largo y seco. Su voz, de un falso San Antonio,
era mentido acento de dulzura cristiana.
Tenía poco de Dios y mucho del demonio.
¡Qué placer si engañaba a los niños! Artero,
con todo gesto débil, con toda humilde cosa.
Para el can perseguido, su guijarro certero;
su punzante alfiler, para la mariposa.
Negro cimbel de sombras en la noche estrellada,
aún le veo bailando no sé que burla cruel
y muda, ante mi pobre timidez asustada...
Y el pavor daba alas -¡oh regazo materno!-
al torpe pie medroso que me apartaba de él
como del sueño malo de una noche de invierno.