¡Aquella obsesionante puerta verde en la gavia! Los chiquillos mayores contaban que allí había yo no sé que de hechizos, y de una mujer, sabia en cosas que nombraban de amor y brujería... En las tardes de invierno (el toque de oración; torvo silencio y sombras, nuncio de noche helada), para mi candidez de niño, ¡qué obsesión la de la puerta aquella, verde, siempre cerrada! El alcalde –decían- les ha echado una multa... Y contaban la historia de una muchacha muerta y de otra, forastera, con el labio pintado... Pobre inocencia mía, que su pudor insulta un chiquillo mayor: “¡lo que hay tras esa puerta!” un día en que mis ojos dejó el velo rasgado...