Traspasada de gritos, de sol, de gallardetes, la plaza grande es una jubilosa floresta. La alegría de los niños se alza como cohetes de candor, en la tarde pura y azul de fiesta. ¡Qué ventanas abiertas al párvulo embeleso! Los puestos... La caseta de doña Lola Mora... Y aquella becerrita, mansa, de carne y hueso, que rifan en la tómbola, para Nuestra Señora. Velada de la Virgen, todo el año esperada con pueril impaciencia... ¡Ya está aquí la Velada! Ya se hizo dicha cierta la gozosa ilusión. Y a la noche los niños, que se duermen cansados, sueñan con ilusorios países encantados en donde pacen mágicas terneras de cartón.