Siento tu cuerpo entero junto al mío; tu carne es como un ascua, fresca e imprescindible que está fluyendo hacia mi cuerpo, por un puente de miel lenta y silábica. Hay un solo momento en que se junta el cuerpo con el alma, y se sienten recíprocos, y viven su trasfiguración, y se adelantan el uno al otro en una misma entrega, desde su mismo origen deseada. Siento tus labios en mis labios, siento tu piel desnuda y ávida, y siento, ¡al fin! esa frescura súbita como una llamarada de eternidad, en que la carne deja de serlo y se desata, se dispersa en el vuelo, y va cayendo en la tierra sonámbula de tu cuerpo que cede interminable- mente cediendo, hasta que el vuelo acaba y ya la carne queda quieta, milagreada, y me devuelve al cuerpo, y todo ha sido un pasmo, un rebrillar y luego nada.