BREVE VIAJE AL SUEÑO


I

Se muestra nebuloso —torpe niño de arena
concebido en la playa—.			
Descubre otro dogal en otra dimensión.			
Dejadle. Que otros abran las puertas de las calles.			
Que nadie tome un trago de cerveza			
hasta saber si nacerá varón			
o tristeza de agua o vaso de alfarero.			
Ya no encuentra los ojos que tenía.			
¿Qué perro le ha comido la mirada?			

II

¿Es seguro que el sueño			
va a devolver un hombre?			
Se marchó confiado.			
No extrañó ese camino de cristales oscuros.		
La idea, blandamente, la carne, despaciosa,		
poco a poco alimentan
claridad de otro espacio. Podría derrumbarse		
por una arquitectura vegetal,			
por un plinto de garras sucesivas.			
¿Un objeto es un sueño que no pudo volver?		

III

Abierta la ventana de lo imposible,			
una inquietud araña las hormigas			
de la mente.			
¿Podrá resistir otra noche			
esa fría oleada,			
lluvia de sensaciones insidiosas?			
Hay que esperar paciente,			
como cada mañana, que los ojos			
vuelvan de nuevo a casa.			

IV

Oscuro entró. Ahora gris,			
vuelve de un tiempo muerto			
—el corazón o pez viscoso, irremediable,		
se lo anuncia en el peso y en el fallo cardíaco—.	
Ya le tallan las manos. Ya le pintan los ojos.		
Ya preparan sus gestos para dejarlo al borde		
de aquel naufragio antiguo.			
Se despidió de la ciudad dormida			
donde reposa el traje —sin condecoraciones—		
que lo vistió de célula incolora.			
El asombro señala en los relojes			
su paso por la magia. Y vuelve.			
Pudo llegar por la línea del ángel,			
o por la más directa del gusano,			
o quedar en el tren gastado de la nada.			
Pero vuelve en el hombre.			
A toda prisa			
se arranca las ortigas de la noche			
para que, todavía, no le crezcan			
interminablemente.