El tedio es un aviso. Los ojos tan oscuros le dicen a la muerte que hay dos puntos y aparte, y que, aunque luego siga, la vida se detiene ahora, en este momento. (El aire halló un estuche donde esconder sus joyas para escaparse luego, a lomos de un suspiro). Habla un idioma triste que no es inglés, ni tiene parecido con otro que sepan las ardillas, las águilas reales, los cazabombarderos, si acaso los arcángeles cuando andan de amoríos, o el vientre de la tórtola cuando empolla capullos rellenos de guitarra. Todavía no había amanecido la majestad del diente. Bostezó. Se hizo sueño. Y se perdió de pronto. Y de pronto aparece soleando el paisaje. Y habla con las primeras palabras que se encuentra. Y se toca los ojos por saber si volaron. Y ya todo en su sitio y en su lugar la muerte, me mira y se columpia despacio en mi sonrisa.