LA DUCHA

Hace calor. La ducha. Y apareces
—desnuda claridad— como una espada.		
Y me dejas la carne traspasada		
cuando a la lluvia, sin rubor, te ofreces.		

El agua pone el río y tú los peces.		
Yo no sé qué poner. No pongo nada		
más que un corvo deseo; una mirada		
como un puñal que clavo muchas veces.		

Y el agua cesa y se acrecienta el fuego		
cuando la piel recorres con cuidado		
agotando tu aseo y mi paciencia.		

Y miras, y te ríes, y hablas: ¿Luego?		
No, luego no, mujer. Ahora el pecado,		
que ha sido mucha ya la penitencia.