El canto matemático del grillo pone un reloj de ausencias en la estancia mientras la noche acorta la distancia recogiendo caminos en su ovillo. Grita en la cesta el cráneo del membrillo desde la vanidad de su fragancia, sumando a mi ignorancia su ignorancia con un rebuzno triste y amarillo. No sé si el fruto o yo estamos despiertos, pero sé que lo miro y que me mira; Yorik los dos en tiempos diferentes. Late en el grillo el pulso de los muertos cuando tomo el membrillo y —¿quién delira?— visto su calavera con mis dientes.