PANORAMA DESDE EL ÁTICO XXIII
Jamás lo olvidaré. Por las ventanas
veíanse las tunas y la playa
de arenas amarillas y los barcos
azules y las redes en el muelle.
Veíanse a lo lejos en la bruma
la sal, las cañas verdes, las angostas
veredas que llevaban a las conchas,
los altos eucaliptos de la huerta,
el humo de los buques hacia el río
paciente entre la niebla y las marismas.
«La dulce boca que a gustar convida...»
escrito en la pizarra por la mano
del triste profesor. Aquel silencio
de hormigas y bolígrafos baratos.
Jamás lo olvidaré. Tenía los ojos
del verde de los musgos en enero
y el cuerpo despertando a la caricia
cual nacen aguaturmas junto al río.
Jamás lo olvidaré. Yo la miraba
callado en el enigma de la clase,
mordiendo la emoción que engendra nubes.
«A fugitivas sombras doy abrazos...»
«Escrito está en mi alma vuestro gesto...»
Petrarca, Juan Ramón, Jorge Manrique,
Quevedo, Garcilaso, Juan de Mena...
La magia de los versos y del tiempo
parado en los dibujos medievales.
Jamás lo olvidaré. Jamás la tuve,
o sí, la tuve asida a la inocencia,
la tuve en los poemas de las tardes
sentado a la templanza de los sueños.
La tuve cuando era caballero
y torpe trovador ilusionado,
la tuve entre las juncias de mi patio,
en jarchas y canciones provenzales,
cuando la vida era a nuestros ojos
un libro sin abrir, un mar ignoto,
«rumor de besos y batir de alas».