TERCER MOVIMIENTO
(Largo maestoso)


Silencio y soledad nutren la hierba
(Luis Cernuda)


Sólo soledad asola al día
de otoño triste, opaco, que transcurre
en lenta procesión. La luz se aburre
de puro batallar la nube fría.

Rosario de quietud. Avemaría
de lluvia por los árboles escurre.
Incólume granado a lo que ocurre
al álamo caduco de la vía.

Oh, tardes del verano devorado
a orillas de la mar y del estero,
en brisas de equinoccio abandonado.

Calmado manantial sentado espero,
oh, tardes del invierno deseado,
oh, tardes del invierno venidero.


Digamos que no tengo lo que tuve:
el alma almidonada de la infancia,
del tiempo el manantial y la fragancia
de vida que en la cuna ayer retuve.

Digamos que alimento hoy esta nube
de sílice y arena, donde escancia
mi voz el vino, en esta oscura estancia,
que a lomos del recuerdo al llanto sube.

Digamos que, aún, perpetuo a los escombros,
perdura un capitel de fuste fuerte,
erguido y adecuado a sus asombros.

Digamos que, asombrado, estoy de suerte,
aún llevo la cabeza entre los hombros.
Digamos que ando en tregua con la muerte.



MIRANDO MI PRIMER
Cuando en cuando vienen los colores
tiñendo los recuerdos; primaveras
pasadas, luminosas, verdaderas,
grávidas de campanas y de flores.

Memorias que son plumas o rumores,
regresan manejando mil esferas
de días transcurridos en quimeras,
de tiempo aprisionado en los tambores.

No queda al mecanismo más que espuma
del mar, que muerto, permanece atado
al fósil del metal y de la bruma.

No queda en el reloj más que pasado,
cristal espectador del tiempo. En suma:
pasado en el presente anquilosado.


No puedo resignarme, no comprendo
lo hueco del destino silencioso.
Morir a pendulazo cauteloso,
vivir a secas, no es vivir viviendo.

Apenas has llegado y te vas yendo,
a penas, por camino farragoso,
sabiendo que el final es mar viscoso,
trocando limpia música en estruendo.

No sabes descifrar sinos inciertos,
ni quién detrás de ti o dentro gime
robándole sus ritos a los muertos.

Y aúllas, que no hay tedio que te estime,
queriéndote escapar de los desiertos
de la vagina inmensa que te oprime.


Callado en la oquedad del cuarto oscuro
me vuelvo a la ventana como sombra
del hombre silencioso que se asombra
de ver la tarde gris tocar el muro.

Las flores del almendro blanco y puro
derraman sobre el patio lenta alfombra,
la brisa con su voz canora nombra
historias de la tarde en su conjuro.

La luz evanescente en los cristales
dibuja en la pared, de cualquier modo,
fantasmas de acuarelas y metales.

¡La gasa blanquiazul del aire, el yodo
del cielo y sus penumbras desiguales,
la augusta soledad que colma todo


Cuelga el espejo a Venus, donde miras
y lloras la que fuiste en la que hoy eres.
                                (F. de Quevedo)



Si hoy es puro candor, mañana ocaso
será lo que ayer fue alba temprana,
la tarde justo antes fue mañana
nacido ya el destino en su fracaso.

Si ónice eres hoy, serás payaso
del tiempo y asomado a la ventana
de plata observarás tu cara vana
cansada de viajar paso tras paso.

Te espera en su lugar la hija de Ceres,
narcisos en sus manos, luto viste.
Ayer se hace mañana aunque no quieres.

Un hacha hay que tu espalda no resiste.
Ya nadie te verá como ahora eres
y tú verte querrás como antes fuiste.


Perdurarán la estatua, el verso, el rito
del alma en el pincel, la geometría,
del templo las columnas, la poesía
escrita en el adobe en lento grito.

La flauta elevará en su monolito
de tiempo y musgo etérea sinfonía,
eterna, siempre viva, día a día,
creando el inmortal, perenne mito.

Las lluvias pasarán, también los hielos,
así la primavera en tibio nido
madurará la vida y los anhelos.

Y el día cuando el pacto esté cumplido
las obras cubrirán con amplios velos
al hombre y su esqueleto en el olvido.


Al hombre que me mira en el espejo
apenas lo conozco, es un extraño
que vive junto a mí y año tras año
conmigo lentamente se hace viejo.

El rostro que me mira es fiel reflejo
del otro sorprendido por el daño
del tiempo que en cautela fluye a caño
dejando su ira atroz en el pellejo.

La misma soledad, el mismo hastío,
el mismo batallar por estar vivo,
la misma sinrazón y el mismo frío

llevamos a la mar en nuestro río,
perpetuo celador, gregal esquivo,
extraño del espejo, hermano mío

Algún día
se pondrá el tiempo amarillo
sobre mi fotografía.
                 (Miguel Hernández)



Os miro y viene el humo de la infancia
opaco y amarillo a mi cabeza
expuesta del otoño a la tristeza.
Os miro en esta foto quieta y rancia,

Jacinto, Luis, Manuel, Jesús, fragancia
de tinta y borrador. Con qué presteza
el tiempo, sueño ayer, hoy despereza
su voz de liquen negro en la distancia.

¿Quién pudo aquí amarrar el tiempo al nudo
escueto del papel y la memoria?
Quien pudo sostener el tiempo pudo

parar en luz de ayer la lenta noria
de olvido y soledad, de llanto mudo,
de efímero soñar y vana historia


Te acuerdas de aquel sol, de aquel venero
de paz, de aquella infancia vigilada
—espléndida de mar— por la mirada
dulcísima del aire del estero?

¿Recuerdas hoy, María, el avispero
del pecho y de la boca avergonzada
del beso, la caricia inmaculada
del trigo de tu pelo, mies y albero?

He visto pasear contigo a solas,
sin rumbo ya, el fantasma aniquilado
del tiempo. A tus oídos caracolas

buscando aquellos días has llevado.
No es ya la misma voz la de las olas
ni el mismo aquel rumor de tu pasado.


Tendré los labios fríos de la aurora
o cálidos de fragua sobre el alma?
¿Será mi navegar perpetua calma
o habrá loco huracán hora tras hora?

¿Será de mis momentos la señora
la dicha, o el hastío, seca palma,
barrer conseguirá de toda el alma
atisbos de alegría cegadora?

Acaso, Prometeo sobre la roca,
me vea en el destino acompañado
por ave que derrame furia loca

hundiendo su cerviz en mi costado.
Se torna sin cesar seca mi boca.
¿Tendré la soledad siempre a mi lado?
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