CUATRO (Fragmento)
ya canta
la primavera en el huerto
(Luis Rosales)


Despierta del olvido de las cañas,
despierta ya del sueño de la cera.
Florecen semidioses y abanicos
de flores amarillas. Por las sendas
del barro vienen guerras y manadas
de insectos agridulces y cerezas.
Despierta de la noche del invierno,
asómate al balcón de las estrellas,
arranca en el silencio nuevas hojas
del limo verdiazul de las agendas.
Dormiste en el establo del recuerdo
e hiciste de la leña blanca hoguera
donde quemar las nubes del invierno,
donde extinguir las ascuas de la pena.
Levántate, no duermas. Son los días
más largos, no más bellos. En las hiedras
anidan las crisálidas de marzo,
clarean los cristales de la espera.
No duermas que te llaman las acacias.
Esta tarde otra vez la primavera.

Como se abre una puerta
con una llave de viento
se ha abierto la primavera.

Me desperté amaneciendo:
un libro sobre la cama,
la flor del sueño en los huesos.

Tiene un aire la mañana
de golondrinas de patio
y de campana olvidada.

Mi libro es como un armario
con mapas, tratados, guerras
y monasterios y atrios.

Sombra blanca de la escuela,
por el camino del miedo
en mi corazón abierto
revienta la primavera.


La yema de la viña
viene anunciando
su parto a la albariza,
que llega marzo.

Pasó febrero.
Se mustia en los almendros
la flor de enero.

Porque tienen las calles esquinas transparentes
y pasan bicicletas con sonidos de siesta,
porque son más enormes las paredes del patio
y hay un ramo de sol reflejado en mi mesa.
Porque van las muchachas con las piernas desnudas
y los brazos al sol como estatuas inquietas,
y hay más luz en el aire y más aire en la carne
y más fuego y ardor en la flor de las venas.
Porque hace una tregua el vacío en mis ojos
y en mi lengua renace un sabor a planeta.
Porque tiene la tarde otra luz y otro cielo,
porque huelen los parques como en días de fiesta.
Porque suena la savia y se encienden las noches
con farolas de voces y cristales de menta.
Porque habita en mi cuerpo un tumulto de insectos
y se hunde en el gozo este alma que tiembla

Muere el sol —naranja rota—
ahogando de sangre al mar.
Picotea la gaviota
la herida crepuscular.

La tarde —antes mañana—
enterró su juventud
en los pinos de Doñana.

El pueblo, silencio y sombra,
monótono en su vivir,
se tiende como una alfombra
a pies del Guadalquivir.

De cuando en cuando vienen los colores
tiñendo los recuerdos: primaveras
pasadas, luminosas, verdaderas,
grávidas de campanas y de flores.

Memorias que son plumas o rumores
regresan manejando mil esferas
de días transcurridos en quimeras,
de tiempo aprisionado en los tambores.

No queda al mecanismo más que espuma
del mar que, muerto, permanece atado
al fósil del metal y de la bruma.

No queda en el reloj más que pasado,
cristal espectador del tiempo; en suma:
pasado en el presente anquilosado

Aire, nube, tiempo, luz
en la alcoba de mi alma.
El aire se fue vencido,
la nube se fue descalza
con el tiempo, sin ruido,
la luz se la lleva el alba
mientras duermo.
                                 No la veo
tras el muro de  la infancia.
Brisa, sueño, lengua, voz,
paisaje, murmullo, agua.
La brisa se hizo viento
que al sueño apagó sus ascuas
donde crujían cien lenguas
sin voz, sin murmullos ni alas
que batieran por paisajes
engañados de agua.
                                    Nada.
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