ROMANCE DE LA DUQUESITA Y EL DOMADOR (Antonio Roldán Manjón-Cabeza)
Llanuras de Andalucía.
Olores de hierba fresca.
Un sol que se va poniendo
y una noche que se acerca.

La duquesa de Azahares,
que en su castillo se encuentra,
hace rato que no vive,
hace rato que no alienta
porque su niña adorada,
su más apreciada prenda.
por la tarde en el caballo
salió, pero no regresa.

Varios hombres a buscarla
salieron por la dehesa.
Pero el más joven de todos
montando con más destreza,
pronto se pierde de vista
por la enredada maleza.
Él bien sabe aquel camino
que más le gustaba a ella.

Antes que la luz del día
totalmente se perdiera,
se la encuentra desmayada
al pie de una encina vieja,
por causa de que el caballo,
en un extraño que hiciera.,
la despidió de la silla
dando con su cuerpo en tierra.

Monta de nuevo a caballo.
La pone en la delantera
y al calor que da su cuerpo
ya la niña se despierta.
Mirándole dulcemente
y apoyando la cabeza,
en el brazo de aquel hombre,
que al acero se asemeja.
otra vez vuelve a dormirse,
otra vez sus ojos cierra
porque se siente segura
del que en sus brazos la lleva.

Él la mira sonriendo
y arregla su cabellera.
Parece que va a besarla
pero no, que no la besa.
Sólo con su pensamiento
de esta manera se expresa:

-Duquesita de Azahares.
Andaluza postinera.
la de más alto linaje
y de más rancia nobleza.
La muñequita mimada.
la de mirada altanera.
La que en tiempos no lejanos
fue siempre mi compañera.

¿No recuerdas, duquesita?
¿Quizás recordar no quieras
cuando montando la jaca,
aquella jaquilla negra,
y yo montando el caballo
cuyo nombre era Centella,
recorríamos a diario
los llanos de la dehesa?

Yo te domé aquella jaca
para que tú la lucieras.
Y aquellos primeros días
que a causa de tu torpeza
por mantenerte a la silla,
de aquella jaquilla inquieta,
iba alegrando el camino
tu risa cascabelera?

Fueron pasando los años.
El tiempo no corre, vuela,
y del tímido capullo
salió la rosa más bella.
Sintiéndote tú mujer,
yo perdí la compañera
Otros hombres te acompañan
que son de tu misma esfera.
Para el pobre domador...
solamente eres la dueña.

Bien me acuerdo de aquel día
que ordenaste con firmeza
te ayudase yo a montar
en la yegua la Lucera.
y porque tembló mi brazo,
quizás por verte tan cerca,
me diste un latigazo,
y lo diste con tal fuerza,
qué varias gotas de sangre,
sangre joven de mis venas,
cayeron por mi camisa,
aquella camisa nueva.

La sangre dejó marcada,
tal vez por arte hechicera.
la figura de un clavel
como aquel que en tu pechera
lucieras aquella tarde
tan linda de primavera.
¡No lo esperaba de ti!
Fue para mí una sorpresa.
Cuando te marchaste tú
lloré, donde no me vieran.

Lloré, mas no fue el dolor
lo que a mí llorar me hiciera.
Lloré de rabia y de celos.
Lloré de ver mi impotencia.
Lloré... mirando en la altura
que te puso tu nobleza
y que yo, vil gusanillo,
escondido en mi pobreza,
no era fácil que alcanzara.
Por eso lloré, duquesa.

Pero tú duerme tranquila.
Tu sueño de rosa sea.
Si me cruzaste la cara
no lo tomé como afrenta.
Más bien bendije la mano
que así de aquella manera
dejaba impreso mi rostro
como si un recuerdo fuera.

Ahora podría vengarme
si yo vengarme quisiera.
Teniéndote aquí en mis brazos
tan cerquita, tan de cerca.
sacar pudiera en tus labios,
labios de color de fresa,
toda la sangre que un día
cayó en mi camisa nueva.
Pero no, no tengas miedo.
Sigue tú durmiendo, sueña.
que no mancharán mis labios
esa flor de tu pureza.-

Así dijo el bravo mozo
y tocando con la espuela
los ijares de la jaca,
emprendió veloz carrera
con tal de llegar ligero
y desprenderse de ella.
El embrujo de la noche
festoneada de estrellas.
Aquellos labios de grana.
los ojos de la doncella...
eran fuerza suficiente
para perder la cabeza.

Mas presto llegó al castillo
y atravesando la puerta,
dejó a la niña en los brazos
de su madre la duquesa