Llegué cuando una luz muriente declinaba. Emprendieron el vuelo los flamencos dejando el lugar en su roja belleza insostenible. Luego expuse mi cuerpo al aire. Descendía hasta la orilla un suelo de dragones dormidos entre plantas que crecen por mi recuerdo sólo. Levanté con los dedos el cristal de las aguas, contemplé su silencio y me adentré en mí misma.