Donde oprimido el Tajo por el arte en hondo cauce el curso facilita, mudando en mansedumbre la soberbia, con que arrastraba su corriente altiva: yace un frondoso bosque, cuyo centro la majestad, y la hermosura habitan; asilo celebrado de las gracias, morada deliciosa de las ninfas. Anchurosos canales y cascadas aumentan de este sitio las delicias, siendo su estruendo y vagaroso giro encanto del oído y de la vista. En sendas mil los chopos siempre verdes cruzan sus ramos, y su pompa aspira a eclipsar de la bóveda del aire la luz quede los astros participa. Varias fuentes adornan las ochavas de este ameno pensil, y fertilizan con desperdicios de cristal el suelo, donde renace la estación florida: Pero entre todas la escultura eleva el nombre de la fuente de la Espina, obra que diera honor a la memoria de Praxitéles, de Lisipo y Phidias: de cuatro cenadores rodeada, que en medios puntos cubren sus cornisas, muestra la arquitectura las bellezas más sublimes del arte y más sencillas. En el centro frondoso de este cuadro la fuente muestra su anchurosa pila, presentando la estatua, en que compiten la materia y artífice a porfía. De un joven es, que de su pie doliente la punta de un abrojo solicita arrancar cuidadoso, demostrando con su actitud el daño de la herida: desmiente lo insensible de la estatua la aflicción, que en su rostro se nos pinta; y a no ser su color dorado bronce, la humana compasión excitaría. Los ángulos hermosos de esta fuente en columnas se apoyan; sus cornisas sostienen al remate por adorno el rostro engañador de las harpías, por cuya boca y pecho se desatan los raudales del agua cristalina, que tejiendo cruceros agradables quedan al fin en nieve derretida. En torno de este sitio deleitoso asientos hay con varia simetría, que brindan el descanso a los mortales, el tiempo que disfrutan sus delicias. Robustos troncos, que la antigua yedra cubre para aumentar su lozanía, los ardores de Febo disminuyen, y hacen templado y apacible el día: en sus ramos los dulces pajarillos con alegres gorjeos solicitan se olvide para oírlos el encanto, que arrebata el sentido de la vista. En fin, naturaleza creadora, como en su trono, en este sitio unida del arte a los esfuerzos, sus tesoros y sus deleites sin cesar prodiga. Yo admiré su esplendor: una y mil veces sentí de gratitud el alma mía llenarse en este plácido recinto, gozosa de observar sus maravillas; y en tanto que engreídos los mortales en loca vanidad su centro pisan, Apolo me inspiraba dulce metro, para cantar la fuente de la Espina.