LA NOCHE


Canto en verso suelto a la memoria de la señora condesa del Carpio


Tinieblas gratas de la obscura noche, a un corazón sensible, que desea vivir para pensar, vuestro silencio la calma anuncia; las veloces sombras, cayendo de los montes a los valles, cubren la tierra; el pardo jilguerillo los últimos cantares repitiendo, al nido vuela, y el pastor conduce al redil su rebaño numeroso. Yo en tanto en esta margen solitaria, por donde el Tajo sus raudales lleva, la bóveda contemplo, en que los astros con invariable giro, de los tiempos miden las estaciones y las horas. El sueño huye de mí, y el genio vela; natura me convida, y elevada a la vista de tantas maravillas, mi acento vuela a par de mi deseo. No cantaré de amor el poderío, sus penas, su despecho, ni su engaño; ni tampoco poéticas ficciones: no el húmedo Orión, ni de las Ursas ni de Ariadna la corona hermosa; sino del Ser supremo la grandeza, del orbe origen: cuanto me circunda, de su potente diestra son milagros. Por entre nubes la triforme diosa en su brillante carro se presenta; su incierta luz las sombras de los bosques en las ondas del Tajo me retrata; y del lago las aguas cristalinas, semejantes a un fiel y claro espejo, reflejan de los cielos la hermosura: esa esfera celeste innumerables antorchas iluminan; pero el astro, que preside a la noche, los eclipsa; ameniza la tierra, y de las nieblas su esplendor libra la región del aire. ¡Oh noche!, reinas ya en el hemisferio; reinas: tiendes tu velo silencioso, y nuevo encanto mis sentidos gozan al contemplar tu pompa: tú me inspiras dulce melancolía. ¡Cuánto admiro esta tranquilidad del universo; este vasto reposo, que las aves nocturnas interrumpen! Oh natura, patrimonio del hombre, ¡qué orgulloso vive él sin conocerte! Yo no intento penetrar tus arcanos. ¿Quién sería tan atrevido, que elevar su mente osara a tus secretos, siempre en vano? Humillada a la vista del prodigio de tu existencia exclamo: Eterna gloria al soberano Ser, que de la nada te produjo a su voz, la tierra llena está de su poder; el océano besa humilde los límites, que el dedo de Dios le señaló: los huracanes, la tempestad horrible, el rayo ardiente sus leyes obedecen, y en el cielo el sol brillante por su augusta mano clavado alumbra al mundo: en tanto giran en torno de él los orbes refulgentes; con su calor benéfico la tierra prodiga al hombre sus preciosos dones. Eternos no serán: pues sumergido el ingrato, mortal en sus placeres, con delitos termina la carrera de su vida fugaz. ¡Ay!, todo, todo nace para morir: llegará el día, en que, hundido en la nada el universo la justicia de Dios tiemble el malvado: el caos volverá; la infausta, trompa sonará en los sepulcros, y a sus ecos alzará el criminal del frío polvo la frente descarnada; en ella impresa de su condenación la seña horrible por el santo decreto irá grabada. No así el mortal, que la virtud siguiendo vivió en el mundo para dar alivio a la doliente humanidad; él llega sin temblar ante el trono de un Dios justo, y allí recibe la inmortal corona que eternamente lo hace venturoso. Y tú, alma bella de mi dulce amiga, tú, que existías para ser amparo de la infelicidad, ¡con cuánta gloria habrá premiado tu piedad el cielo! De alegría mi mente arrebatada tu benéfica imagen me presenta en esta soledad: te ven mis ojos, cual otro tiempo en tu mansión solías, cercada de infinitos miserables su indigencia aliviar con larga mano. ¡Ah! Perdieron en ti todo su auxilio; y la ilusión de tu adorada sombra huye de mí, cual vagarosa nube, al eco de sus gritos lamentables. En tu sepulcro sus gemidos oigo, mezclados con inmensas bendiciones, que a tu memoria sin cesar tributan. Y yo ¿qué diré en tanto? Yo que tuve en ti una amiga fiel, una defensa contra mi adversidad. ¿Pintaré acaso tu admirable talento, el noble fuego de tu imaginación, las gracias todas, que en tus acciones sin cesar brillaban, aquel carácter franco y generoso, que arrastraba hacia ti los corazones; o tu genio inmortal, que de las artes protegió noblemente las tareas? No: que en vano será. Tú, en la memoria de cuantos disfrutaron las delicias de tu dulce amistad, vivirás siempre. Mi voz en vano cantará tu elogio, cuando la gratitud de los mortales publica tu virtud; y por modelo te presenta a la vista de los hombres, que a la indigencia niegan el socorro. Así, mi acento solamente puede a sus ecos unirse, y de la parca lamentar el rigor: su rabia impía nos privó con un golpe anticipado de todas tus virtudes: ya en la tumba en paz descansas, y mi llanto inútil no puedes ver, ni escuchas mis sollozos. ¡Ay! Ya no existes; pero el premio gozas de tu beneficencia. Si las almas en la inmortalidad a unirse vuelven, ¡Oh dulce, amiga!, cesan mis lamentos, y el canto dejo; pues la noche fría también expira al despuntar el día.