EN LOS DÍAS DE UN AMIGO DE LA AUTORA

Por llegar a la cumbre
del Parnaso eminente,
dejaba alegre mi apacible choza,
antes que por las puertas del oriente
la brillante carroza
de la rosada aurora
fuese de la de Febo precursora.

A celebrar los días
felices de Sabino
al templo de las musas me acercaba,
cuando escuché sonar eco divino,
que el Pindo alborozaba,
y en confusa armonía
el nombre de Sabino repetía.

Apresuro mis pasos,
y, donde Apolo estaba,
vi el coro de los dioses congregado,
que a mi feliz amigo festejaba
con el himno sagrado,
que él mismo componía,
por aumentar la gloria de su día. 

Neptuno sin tridente,
Minerva sin la egide,
sin su lanza Belona, y Marte, fiero
sin la sangrienta espada, con que mide
la suerte del guerrero,
cantaban el destino,
que inspiraba la lira de Sabino:

Júpiter sin el rayo,
que aterra a los mortales,
al lado de Mercurio y de Diana
dejaba las moradas celestiales;
mientras Venus ufana
de ser la más hermosa
hizo a Juno quedar más envidiosa.

En tanto vi a las musas
brillantes y festivas,
que a los alegres genios repartieron
sacros ramos de palmas y de olivas.
En pos de esto pusieron
en la cima del monte
verde asiento, que admira el horizonte.

Sabino conducido
por la fama y la gloria:
Sin orgullo sentose. Arrebatada
yo entonces de su dicha, hice memoria
de mi lira olvidada,
y esperé que algún día
su silla se igualase con la mía. 

“Anima, caro amigo,
(le dije) con tu ejemplo
los versos de mi numen atrevido;
porque la fama en su glorioso templo
librarlos pueda del obscuro olvido;
y a pesar de los hados
siempre serán tus días celebrados.”

Risueño se levanta,
y antes de responderme,
por aliviar mis infinitos males,
quiso de gracia algún presente hacerme;
y los puros cristales
de la castalia fuente
amistoso señala y complaciente.

Amira, dijo, llega;
bebe el agua que inspira
el amor celestial de las virtudes;
si alguna vez tu corazón suspira,
en seguirlas no dudes;
si su fuego lo inflama,
tu canto gozará de inmortal fama.

Yo bebí, y en mi seno
sentí, que poseído
mi dócil corazón de ardores puros,
los afanes de amor daba al olvido;
y en los tiempos futuros
de la sabia natura
señalara este día mi ventura. 

Ya había de las horas
el celo cuidadoso
en el délfico carro los caballos
uncido para el curso vagaroso
El dios a sujetallos
subió sobre su asiento
y luego hollaron la región del viento.

Yo volví con Sabino
gozosa a mi morada,
y del licor de Baco prevenida,
rebosando la taza colorada,
le dije enternecida:

“El resto de este día
a tu amistad consagre mi alegría.”