Gracias una y mil veces doy al cielo de hallarme en soledad; aquí, alma mía, respira libremente: ¿en tan odioso suelo, quién puede apetecer la compañía? La maliciosa envanecida gente, que corre diligente, llena de orgullo, de ambición henchida, de vil adulación acompañada, y de negro interés prostituida, es de mí detestada. ¡Oh Quintana! Tú sabes que abomino estas falaces pompas del destino. Sabia, fecunda y fiel naturaleza gime en estos jardines suntuosos por el arte oprimida; destruye su belleza en formas y dibujos monstruosos; al vano gusto del capricho unida, imagen abatida de la virtud sagrada, llora en vano. ¡Con cuánto más placer en las orillas del claro Gualmedina, el verde llano vi poblar de ovejillas, en giros mil acá, y allá saltando con sus tiernos hijuelos retozando! Por blanco mármol y dorados bronces las cristalinas aguas arrojadas suspendieron mis ojos; miré en torno, y entonces las gratas ilusiones disipadas doblaron el pesar y los enojos. Vi los tristes despojos del hombre en sus grandezas engreído; vi aquellos poderosos altaneros el obsequio gozar, no merecido de corazones fieros; y pretender que logre el egoísmo el premio que se debe al heroísmo. Si por el lado opuesto descendiendo busco del prado la naciente grama, oh elevada colina, que el gusto complaciendo, sirva a mis miembros de mullida cama; luego en tropel confuso se avecina la gente, que destina este lugar sencillo a su recreo. Vienen con aparato bullicioso a gozar la hermosura del paseo; y con desvelo ansioso mujeres bellas en orgullo iguales, principios ciertos de perpetuos males. Ni aun el sagrado templo está seguro de abrigar la maldad en su recinto; allí el lujo brillante no es homenaje puro, no es tributo de un Dios; a fin distinto la vanidad del hombre penetrante, en su orgullo constante, hizo servir la pompa y la grandeza: el Ser supremo olvida temerario al tiempo, que le ofrece su riqueza; pero el destino vario doblega al triste cual ligera caña, y en el soberbio corta su guadaña. Yo vi desde mi albergue al alto monte coronar el nublado ennegrecido; vi, que el celeste fuego alumbra el horizonte: lejano el trueno penetro mi oído; los ecos resonaron con el ruego; mas luego, amigo, luego que convertida en lluvia la tormenta, el huracán en doble remolino arrebató el peligro, que lamenta el mísero vecino, todo volvió a su ser, que la malicia pronto del cielo olvida la justicia. Quintana, vuela; sólo tú pudieras animar mis ideas confundidas, llenarme de contento; las horas placenteras de tu agradable genio ya perdidas a mi vida prestaran nuevo aliento: tú, con sublime acento volvieras el verdor al mustio prado; sensible y sabio, de amistad movido mi placer renovaras con tu agrado; mi ser fortalecido con tu amistoso trato viviría; y mi voz contra el vicio elevaría.