LA POESÍA

Oda a un amante de las artes de imitación


Oh tú, que protector del genio hispano elevas la abatida lira mía, desde el obscuro seno, do el velo del olvido la cubría, hasta el supremo asiento, que previene la fama a la divina poesía; ti consagraré tan dulce empleo; a ti que amas el arte imitadora, de la música hermana, y del alma sensible encantadora. Seguid mi canto, de placer henchidas, cítaras de la Iberia; Amira, alzando el humillado acento, preconiza la ciencia de Helicona; y esparce por el viento los resonantes metros de la Hesperia. Si de la antigüedad el heroísmo de los tiempo alcanza el raudo vuelo, y las puras virtudes celestiales fueron a par del mundo eternizadas, por vosotros, Poetas inmortales, nuestra edad llegaron; de los siglos las inmensas tinieblas arrostrando, de anonadar al hombre con su fama a la huesa arrancáis el triste fuero. Tal es el arte del divino Homero. De Homero, que en el templo venturoso de las musas sentado, su nombre llevará de gente en gente, ornada de laurel la heroica frente. Él enseñó la senda de la gloria al sublime Virgilio, y en pos de ellos el Taso se coronó en la cumbre del Parnaso. ¡Oh! felices vosotros, genios de imitación, que de su ejemplo osáis seguir la huella, vencedora; vuestra lira sonora ensalza, la virtud, destruye el vicio; y si cantáis los males, que a la tierra trajo la horrible guerra, que adula el corazón del hombre fiero; detestando las iras del combate, su mano arroja el homicida acero, odiando la victoria, que de sangre manchara su memoria. De Melpomene augusta los furores la Grecia nos presenta, embellecidos por sus sabios autores; ellos de pompa y majestad vestidos los héroes de su edad eternizaron; del ciego fatalismo el duro imperio a los futuros tiempos demostraron, y abominando el crimen, dieron la compasión a la inocencia, y el sangriento terror a la violencia. Émulas de su triunfo las naciones sus felices talentos dedicaron a mover los sensibles corazones. En vano tantos siglos de ignorancia opusieron su espacio tenebroso a tan noble anhelar; al fin hollaron los genios de la Italia su barbarie, y los hijos del Támesis undoso, rivales de la España, emprendieron también igual hazaña; Corneille la atrevida mente alzando al trágico coturno, de tantos los desvelos superando, al gran Racine demostró la senda del trono de la regia Melpomene, el que Voltaire y Crebillon ornaron, y en la margen del Sena lo fijaron. La lírica corona Euterpe ofrece sin competencia al tierno Metastasio; a Horacio dio Polimnia las sentencias de la pura moral filosofía; y tú, Erato, tus versos amorosos a Ovidio y a Catulo. A Propercio y Tibulo, hasta que Gésner con suave canto en metros armoniosos, retrata de natura el rico manto, y su numen sencillo presta a los prados nuevo ser y brillo. El Siglo de Oro de la España llega, y las sagradas musas a porfía a los hijos del Tajo concedieron su inspiración feliz; ellos volaron al teatro español, que embellecieron con sus divinas gracias florecientes, abriendo la carrera, que después imitó la Europa entera. También al bello sexo le fue dado a la gloria aspirar; celebra Atenas a la dulce Corina; y de Safo inmortal el nuevo metro dejó de su pasión el fin terrible a la posteridad eternizado; que el mérito fue siempre desgraciado. Tú, tierna musa, de la Galia encanto, sensible Deshoulieres, guiando el coro de festivas zagalas y pastores, a Gésner imitando, de la inocencia cantas los amores; Apolo el don de ciencia, tan divina; a ti concede, a Safo y a Corina. Eterna gloria a sus felices nombres mi lira cantará; y arrebatada en noble emulación sus huellas sigo, admirando sus genios inmortales. ¡Oh feliz elección, grato consuelo de mis inmensos males! ¡Oh lira bien hadada! De tu armonía el atrevido vuelo resuena en la morada, donde tu protector la mente inclina a elevar de tu numen las tareas; y como de la fuente cristalina los humildes raudales aspiran a llegar al Océano, cayendo de los montes despeñada, girando por el llano, corriendo entre colinas desiguales, las rocas evitando apresurada, hasta que en la cascada del soberbio torrente impetuoso sus aguas junta, el curso facilita, y al ancho mar con él se precipita: así mis versos por tu sabio amparo la envidia vencen, y el temor desprecian. Mi genio aspira a verse colocado en el glorioso templo de la fama; tu noble busto en él será adornado por las virtudes, y en el duro bronce, que le sirva de basa, el justo elogio que te consagro, se verá esculpido, siendo a tu imagen de este modo unida la memoria de Amira agradecida.