Era del año la estación florida En que el mentido robador de Europa —Media luna las armas de su frente, Y el Sol todo los rayos de su pelo—, Luciente honor del cielo, En campos de zafiro pace estrellas, Cuando el que ministrar podía la copa A Júpiter mejor que el garzón de Ida, —Náufrago y desdeñado, sobre ausente—, Lagrimosas de amor dulces querellas Da al mar; que condolido, Fue a las ondas, fue al viento El mísero gemido, Segundo de Arïón dulce instrumento. Del siempre en la montaña opuesto pino Al enemigo Noto Piadoso miembro roto —Breve tabla— delfín no fue pequeño Al inconsiderado peregrino Que a una Libia de ondas su camino Fió, y su vida a un leño. Del Océano, pues, antes sorbido, Y luego vomitado No lejos de un escollo coronado De secos juncos, de calientes plumas —Alga todo y espumas— Halló hospitalidad donde halló nido De Júplter el ave. Besa la arena, y de la rota nave Aquella parte poca Que le expuso en la playa dio a la roca; Que aun se dejan las peñas Lisonjear de agradecidas señas. Desnudo el joven, cuanto ya el vestido Océano ha bebido Restituir le hace a las arenas; Y al Sol le extiende luego, Que, lamiéndole apenas Su dulce lengua de templado fuego, Lento lo embiste, y con suave estilo La menor onda chupa al menor hilo. No bien, pues, de su luz los horizontes —Que hacían desigual, confusamente, Montes de agua y piélagos de montes— Desdorados los siente, Cuando —entregado el mísero extranjero En lo que ya del mar redimió fiero— Entre espinas crepúsculos pisando, Riscos que aun igualara mal, volando, Veloz, intrépida ala, —Menos cansado que confuso— escala. Vencida al fin la cumbre —Del mar siempre sonante, De la muda campaña Árbitro igual e inexpugnable muro—, Con pie ya más seguro Declina al vacilante Breve esplendor de mal distinta lumbre: Farol de una cabaña Que sobre el ferro está, en aquel incierto Golfo de sombras anunciando el puerto. «Rayos —les dice— ya que no de Leda Trémulos hijos, sed de mi fortuna Término luminoso.» Y —recelando De invidïosa bárbara arboleda Interposición, cuando De vientos no conjuración alguna— Cual, haciendo el villano La fragosa montaña fácil llano, Atento sigue aquella —Aun a pesar de las tinieblas bella, Aun a pesar de las estrellas clara— Piedra, indigna tïara —Si tradición apócrifa no miente— De animal tenebroso cuya frente Carro es brillante de nocturno día: Tal, diligente, el paso El joven apresura, Midiendo la espesura Con igual pie que el raso, Fijo —a despecho de la niebla fría— En el carbunclo, Norte de su aguja, O el Austro brame o la arboleda cruja. El can ya, vigilante, Convoca, despidiendo al caminante; Y la que desviada Luz poca pareció, tanta es vecina, Que yace en ella la robusta encina, Mariposa en cenizas desatada. Llegó, pues, el mancebo, y saludado, Sin ambición, sin pompa de palabras, De los conducidores fue de cabras, Que a Vulcano tenían coronado. «¡Oh bienaventurado Albergue a cualquier hora, Templo de Pales, alquería de Flora! No moderno artificio Borró designios, bosquejó modelos, Al cóncavo ajustando de los cielos El sublime edificio; Retamas sobre robre Tu fábrica son pobre, Do guarda, en vez de acero, La inocencia al cabrero Más que el silbo al ganado. ¡Oh bienaventurado Albergue a cualquier hora! »No en ti la ambición mora Hidrópica de viento, Ni la que su alimento El áspid es gitano; No la que, en bulto comenzando humano, Acaba en mortal fiera, Esfinge bachillera, Que hace hoy a Narciso Ecos solicitar, desdeñar fuentes; Ni la que en salvas gasta impertinentes La pólvora del tiempo más preciso: Ceremonia profana Que la sinceridad burla villana Sobre el corvo cayado. ¡Oh bienaventurado Albergue a cualquier hora! »Tus umbrales ignora La adulación, Sirena De reales palacios, cuya arena Besó ya tanto leño: Trofeos dulces de un canoro sueño, No a la soberbia está aquí la mentira Dorándole los pies, en cuanto gira La esfera de sus plumas, Ni de los rayos baja a las espumas Favor de cera alado. ¡Oh bienaventurado Albergue a cualquier hora!» No, pues, de aquella sierra —engendradora Más de fierezas que de cortesía— La gente parecía Que hospedó al forastero Con pecho igual de aquel candor primero, Que, en las selvas contento, Tienda el fresno le dio, el robre alimento. Limpio sayal en vez de blanco lino Cubrió el cuadrado pino; Y en boj, aunque rebelde, a quien el torno Forma elegante dio sin culto adorno, Leche que exprimir vio la Alba aquel día —Mientras perdían con ella Los blancos lilios de su frente bella—, Gruesa le dan y fría, Impenetrable casi a la cuchara, Del viejo Alcimedón invención rara. El que de cabras fue dos veces ciento Esposo casi un lustro —cuyo diente No perdonó a racimo aun en la frente De Baco, cuanto más en su sarmiento, Triunfador siempre de celosas lides, Le coronó el Amor; mas rival tierno, Breve de barba y duro no de cuerno, Redimió con su muerte tantas vides—; Servido ya en cecina, Purpúreos hilos es de grana fina. Sobre corchos después, más regalado Sueño le solicitan pieles blandas Que al Príncipe entre Holandas Púrpura Tiria o Milanés brocado. No de humosos vinos agravado Es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre De ponderosa vana pesadumbre Es, cuanto más despierto, más burlado. De trompa militar no, o destemplado Son de cajas, fue el sueño interrumpido; De can sí, embravecido Contra la seca hoja Que el viento repeló a alguna coscoja. Durmió, y recuerda al fin cuando las aves —Esquilas dulces de sonora pluma Señas dieron suaves Del Alba al Sol, que el pabellón de espuma Dejó, y en su carroza Rayó el verde obelisco de la choza. Agradecido, pues, el peregrino, Deja el albergue y sale acompañado De quien lo lleva donde, levantado, Distante pocos pasos del camino, Imperïoso mira la campaña Un escollo, apacible galería, Que festivo teatro fue algún día De cuantos pisan, Faunos, la montaña. Llegó, y a vista tanta Obedeciendo la dudosa planta, Inmóvil se quedó sobre un lentisco, Verde balcón del agradable risco. Si mucho poco mapa le despliega, Mucho es más lo que, nieblas desatando, Confunde el Sol y la distancia niega.