Tened, ojos de mis ojos, ojos enfrenad el llanto, pues sólo ayuda el ser tanto a anegarme en mis enojos. Con tal cristal no os vengáis de vuestro enojo del día, pues su beldad y alegría entristecéis y afrentáis. Basta lo que habéis llorado que, si crecéis mis enojos, tanto llorarán mis ojos que habréis de salir a nado. Mirad, divina señora, que si vertéis tantas perlas, celos me darán en verlas dadas al Sol por la Aurora. Mirad que, aunque el pecho ardiente agua pide, no ayudáis, Lisi, con la que lloráis, pues crecéis el accidente. Las lágrimas que vertéis son cristal; sol, vuestros ojos; enciéndenlos sus enojos: mirad si no abrasaréis. Y es mi pena tan terrible, tal en mí su ardor, es tanto, que en parte huye mi llanto dél, que es su fuerza insufrible. Mirad si con derramar dos perlas, tal me habéis puesto; ¿qué hará si echamos el resto yo en sentir, vos en llorar? Que las escondáis os ruego, que, si el llorar dura tanto, después que me falte el llanto, llorarán mis ojos fuego. Y, si faltaren centellas con que yo en mi mal escriba, suplirá la sangre viva la falta que han de hacer ellas. Y, cuando ella se aniquile, el corazón que os he dado, no dudéis que, desatado, por mis ojos le destile. Mas si es vuestro enojo tanto y es mayor mi sentimiento, callo, pues anegar siento mis palabras en mi llanto. Viene la voz a faltarme, será porque no me queje; mas ¿qué mucho que me deje si viene el alma dejarme? Fáltame ya qué llorar; mas, vergonzoso, mi llanto huyo, porque fuese tanto, do no se supo estima. Bueno es quebréis la paciencia, cuando quiebro el corazón por vos, y deis ya ocasión a grave carga de ausencia, Mi desdicha lo adivina ya desesperada y muerta, mas tened por cosa cierta que no ha quebrado por fina. Finezas os miré hacer; mas helado vuestro acero, de ausencia al golpe primero se vino el mismo a romper. Y habiendo tanto quebrado, quedó, por mi muerte y mengua, entera una mano y lengua atrevida a un desdichado.