ECOS


	Con lágrimas ardientes, niña mía,		
	de mis venturas las memorias riego,		
	entre cenizas apagado el fuego		
	que en otras horas por mi bien ardía.		

	Trocadas la ilusión y la alegría,		
	mi corazón enamorado y ciego,		
	en triste paz, en lánguido sosiego,		
	no volverá a latir como solía.		

	¡Y pides hoy para adornar tu palma,		
	un eco de mi lira desprendido!	 
	¡Oh, deja, deja que repose en calma!		

	A tu súplica, al fin, ha respondido:		
	respondió con el eco de mi alma,		
	y el eco de mi alma es un gemido.