En Utrera nació un hombre de una mediana estatura llamado Diego Corrientes por su mala desventura. Ese tal Diego Corrientes al contrabando se echó; robaba caballos, padre, y esa fue su perdición. Ese tal Diego Corrientes robaba con fantasía: a los ricos les robaba y a los pobres socorría. Justicias y migueletes lo han mandado pregonar, y él con un compadre suyo se ha marchado a Portugal. A la ida para allá, fue en la Venta del Oriente, ha mandado a convidar justicias y migueletes. A la vuelta para acá, en la Venta de Tomares lo han cogido prisionero los migueletes galanes. Día de la Encarnación a las seis de la mañana entraba Diego Corrientes por las calles de Triana; hombres, mujeres y niños se asoman por la ventana por ver a Diego Corrientes del modo que lo llevaban. Hombres, mujeres y niños gritaban en alta voz: ni la prendición de Cristo causaba tanto terror. - Si viviese mi madrina, la duquesita de Alba, si viviese mi madrina la vida no me quitaban. Al subir las escaleras un vaso de agua pidió y le contestó el verdugo: - Hijo, ya no es ocasión. - Si no me lo dan de agua, que me lo den de aguardiente para dárselo al verdugo y que me dé buena muerte. ¡El Cristo de la nagüillas vaya en mi acompañamiento, y el Patio de los Naranjos sepultura de mi cuerpo!