Leer parte III IV Sentado está el rey Hazem en un morisco almohadón, y muchos moros se ven cruzar el ancho salón para darle el parabién., A las puertas, reverentes, delante su Rey se paran, doblando humildes las frentes; que al Rey miran tales gantes como al mismo Dios miraran. Mirra y esencias de flores arden en pebetes de oro, y el sol de los miradores anubla el humo de olores que avaro respira el moro. El aire colman de ruido dos fuentes azafranadas; y en su murmullo perdido, se oye el trinar dolorido de las aves enjauladas. Porque en nichos de cristal cerradas, las hay tan bellas en la bóveda oriental, que el aire parece mal sólo porque está sin ellas. Las miró el viejo Muley., Y, viéndolas, suspiró: «En vano me llaman rey, dijo, si como ellas yo esclavo soy de mi ley. »Que penan ellas así en ese encierro, imagino; mas ellas placen ahí, y en eso quiso el destino diferenciarlas de mí.» Volvió, con tal pensamiento, a suspirar otra vez; bajó el rostro macilento, pero repuesto al momento, demandó con altivez: «Los cristianos, ¿qué se hicieron?» «En las mazmorras están en cadenas», respondieron. «Los condenados, ¿murieron?» «Si no han muerto, morirán». Volvió el Rey a meditar, de los suyos recelando, y siguieron a la par, las fuentes su susurrar y los pájaros cantando. «Alá nos dio la victoria, siguió el Rey; ¿qué dicen de ella?» Todos callaron. «Fue gloria ganarles villa tan bella.» Tendránlo, a fe, en la memoria. Harto el rey Hazem habló; los cortesanos callaron, que el pueblo indignado vio que los cautivos entraron como perros que él ató. Y los moros presentían que, la tregua quebrantada, los cristianos entrarían por las vegas de Granada y a Zahara no olvidarían. Por eso, ante el Rey estaba la turba sin contestar, que mal con su Rey andaba desque vid o que mandaba a los viejos degollar. Callaba Muley Hazem, sin hallar paso mejor; que sabe el Príncipe bien que sangre mancha también el laurel del vencedor. Corrían entrambas fuentes, trinaban los ruiseñores, y el sol, en ambas corrientes, sus rayos más transparentes deshacía en mil colores. Los vidrios de las ventanas, contornos dando a sus sombras, estampan las formas vanas de sus historias livianas en las moriscas alfombras. El silencio a interrumpir vino una voz de dolor: «Preparaos a morir», se oía a gritos decir a un hombre en un corredor. Todos el rostro tornaron impacientes a la entrada, y repetir escucharon: «Tus glorias se marchitaron. ¡Ay de ti, bella Granada!» Entró el hombre en el salón, de musulmanes cercado; érase el tal un santón que vivía en la oración, del tumulto retirado. Pasó la noche corriendo, gritando en la obscuridad: «Granada, los estoy viendo. ¡Ay de la hermosa ciudad! ¡Tus muros están cayendo!» Los moros, viéndole entrar, delante se le inclinaron, y él siguió en su predicar: «¡Los estoy viendo llegar, y vuestros días contaron!. »¡Ay de ti, la desdichada ciudad reina de ciudades Por el cimiento horadada, los cielos en ti, Granada, lloverán calamidades. »Es en vano resistir. ¡Ay de ti, reina de Oriente! ¡Alá te manda morir! Los estoy viendo venir. ¡Ay ciudad! ¡Ay de tu gente!» Harto ya Hazem de escucharle, furioso le preguntó: «¿Quién eres?» Sin contestarle, gritando el santón siguió; y el Rey volvió a preguntarle. «Enviado soy de mi Dios, dijo el moro, y dióme el cielo un mensaje para vos.» Y el Rey: «Pues ve que en el suelo no hay más oídos que dos.» Siguió entonces el santón, muy loco o muy confiado, su doliente relación, con el Monarca encarado y a guisa de inspiración: «La tregua está quebrantada, y a muerte al traidor sujeta. ¡Ay de ti, bella Granada! ¡Cayó en ti, desventurada, La maldición del Profeta! »Borrada su suerte halló del pensamiento divino: por ti, ciudad mucho oré; y para leer tu destino, hasta el cielo penetré.» Oyóle Hazem un momento, y enfurecido además, dijo, dejando su asiento: «¡Quien leyó en el firmamento, no puede llegar a más!» La turba ve estremecida la rabia del Rey, y calla, y el Rey dijo a su salida: «Quitad a ese hombre la vida en lo alto de la muralla. »Cuando vengan los cristianos, siguió volviendo a los moros, lanzas tenéis en las maros: ¡cerrad con ellos, villanos, como cerráis con los toros!