I Está Zahara en una altura entre montaña y colina sentada en la peña dura, que asoma la cresta obscura por entre Ronda y Medina. Cuando encienden los cristianos de noche hogueras en ella, no distinguen los paisanos si son sus fuegos lejanos luz de atalaya o de estrella. Y al bajar al Occidente confunde la luz del sol las lágrimas de la fuente y el arnés resplandeciente del centinela español. Y si alguna nube errante del valle exhalada sube, parece el pendón flotante hijo de la blanca nube que va saltando delante. Allí los moros pusieron sus atalayas un día; un foso después abrieron, y la villa concluyeron porque el invierno venía. Tuviéronla muchos años de los cristianos guardada, y con mil modos extraños causáronles muchos daños en guerra tan prolongada. Que a la sombra guarecidos de las huertas y olivares, bajaban como bandidos, y robaban atrevidos alquerías y lugares. Los cristianos toleraban con rabia tales desmanes y vengarse meditaban, mientra ufanos ocupaban la villa los musulmanes. Éstos, por cierto, valientes, eran pocos, confiados en el brío de sus gentes; los otros, que eran prudentes, los cogieron descuidados. Con fosos y torreones guarda hoy la morisca villa en sus pardos murallones los sobrepuestos blasones de Aragón y de Castilla. Que los nuestros la asaltaron, y guardarla no supieren los moros que la fundaron; cinco veces la ganaron y otras cinco la perdieron. Por eso los vencedores alzaron doble muralla, y alzaron torres mayores para quedar los mejores en el sol de la batalla. Por eso una sola senda dejaron en todo el cerro, porque más fácil se atienda la sola puerta de hierro si se empeña la contienda. Por eso están los cristianos malamente entretenidos en casa de los villanos, en pensamientos livianos con las mozas divertidos. Que osados y licenciosos son además los soldados cuando en puestos apartados les dejan vivir ociosos por fuertes o por cansados. Pero avaros de venganza, mas advertidos los moros, hicieron punta a su lanza mientras ellos en holganza jugaban zambras y toros. «De más a esos perros ya la villa estuvo sujeta, dijeron; vamos allá, que por nosotros está la voluntad del Profeta.» Misteriosa expedición propusieron a tal fin; y para aquesta ocasión dieron gentes en unión la Alhambra y el Albaicín. Salió el viejo rey Hazem con gente muy escogida, y dicen los que le ven: «Alá té lleve con bien, y vuelvas con honra y vida.» Saludóles al pasar el musulmán con la mano, diciendo el arco al cruzar: «Le tengo de festonar con cabezas de cristiano.» La tarde estaba nublada, el viento ronco mugía, y gruesa lluvia pesada, la noche apenas entrada, en anchas gotas caía. Veló medrosa la faz la luna entre nubes pardas, y brilló en la obscuridad el relámpago fugaz en broqueles y alabardas. Caídos los martinetes sobre las mojadas telas revueltas en los almetes, caminaban los jinetes el lodo hasta las espuelas. Mohino el Rey por demás, iba escuchando el rumor de los pasos a compás; después iba un atambor, y los soldados detrás. Iban entre los peones, en vez de picos y palas y estrepitosos cañones, muchos moros con escalas para entrar los torreones. La luz del siguiente día apenas cumplida fue, ya Zahara se descubría; llegó la noche sombría y la tocaron al pie. Contó el Rey cuidosamente las hogueras y señales; consultando diligente, sus espías y su gente partió en dos bandas iguales. Guardando el cerro dejó los jinetes y escuderos, y él mismo después trepó con algunos caballeros y soldados que tomó. Seguía la tempestad, zumbaba agitado el viento rodando en la obscuridad y azotando la ciudad con temeroso concento. Se oía caer bramando la lluvia de las montañas, de peña en peña chocando. a la llanura arrastrando espinos, olmos y cañas. Y en el alto torreón aturdido el centinela, murmuró humilde oración acurrucado al rincón de la covacha en que vela. Y al calor de su gabán, con el monótono arrullo que allí las aguas le dan, durmió rendido su afán oyendo el vago murmullo. Soltó la lanza su mano, fijó el rostro en la rodilla, y así soñó el veterano una aurora de verano en un lugar de Castilla. Continuar parte II