LA REINA D.ª ISABEL II, EN SU LLEGADA A SEVILLA
Ven, oh lira, a mis manos, y un momento
al rumor de los ecos de alegría
con que la patria mía
demuestra su lealtad, con firme acento
daré lleno de férvido entusiasmo
un nombre augusto al vagaroso viento.
 
No al opresor que pueblos avasalla
y en fratricida guerra asoladora
traspasa de la ley la justa valla,
ni al que llevado de ambición innoble
guiando va su hueste triunfadora
por extrañas naciones abatidas,
ensalzaré en mi canto:
Es del poeta la misión más noble.
El mercenario sólo
cantar puede las glorias
del déspota feroz que en cien victorias
lleva do quier desolación y llanto:
Él su deseo ardiente
de esclavizar el mundo
halagará tal vez, que el oro enfrena
su labio, y torpemente
se humilla al peso de su vil cadena.
Mas el que mira con horror profundo
el imperio del mal, y firme adora
la viva luz de la virtud divina,
feliz la altiva frente
ante ella solo con respeto inclina.
 
¿Y quién, oh Reina amada,
de la santa virtud en tu mirada
no adivina los mágicos destellos?
Al desvalido, al huérfano, al anciano
grato consuelo prestas compasiva;
tu acento les devuelve la esperanza,
y les brinda la dulce bienandanza
de que la suerte con furor los priva.
Entonces venturosos
vuelven a ti la vista enternecidos
y ven tus ojos, que piedad revelan:
Lágrimas hay en ellos,
lágrimas puras que su lumbre velan;
mas, ah, que así velados son más bellos.
 
Barcino, Augusta, la ciudad que baña
el Turia cristalino
y el pueblo que aún recuerda en Covadonga
la de Pelayo memorable hazaña,
escucharon tu acento peregrino.
Do quiera que tu planta dirigiste,
magnánima Isabel, galanas flores
brotaron llenas de fragancia y vida:
A tu presencia huyeron los dolores,
que a ti fue siempre la esperanza unida.
Y al par que alivio diste a la indigencia
digno sostén el arte y la alta ciencia
en tu mano benéfica encontraron,
y Reina cual ninguna generosa
artistas y poetas te aclamaron.
 
No de otra suerte tras la noche oscura
brilla en oriente la rosada aurora,
y con su lumbre pura
da vida al campo y los espacios dora.
Los bosques sacudiendo
su agreste cabellera la saludan,
bullen las auras con rumor sonoro,
y a recibirla, en temeroso vuelo,
de mil aves se apresta alado coro
himnos alzando a la región del cielo.
 
Hora tus pasos bondadosa guías
a la perla del Betis, y anhelante,
sientes la viva, misteriosa llama
del noble y puro ardor en que se inflama
tu corazón benéfico, y amante.
Dar esplendor y vida a las naciones
es de un monarca la mejor victoria,
y así al verter con generosa mano
bienes sin cuento sobre el pueblo hispano,
timbres alcanzas de perpetua gloria.
Do quiera la entusiasta muchedumbre
a contemplarte, oh Reina, se adelanta,
y regando de flores tu camino
tus nobles triunfos, tus virtudes canta.
 
Ya la ciudad insigne que en su templo
los restos guarda del tercer Fernando,
tu llegada triunfal ansiosa espera.
¡Oh júbilo! ¡Oh ventura! Ya tronando
anuncia el ronco bronce que ligera
se acerca la veloz locomotora,
al viento adelantando en su carrera.
En la elevada torre
aparece la enseña anunciadora
de tan feliz y suspirado instante:
Ya desalada corre
la inquieta multitud, de gozo llena,
y en el profundo afán que la enajena
contempla de su dicha el sol brillante
sin que lo empañe pasajera nube:
Llegas al fin, y al verte
más tu belleza su entusiasmo aviva,
«¡es ella!» exclama, y estruendoso VIVA
del viento en alas al empíreo sube.
 
¡Oh plácido momento!
¿Quién podría tu magia arrobadora
dignamente cantar?... Llega, Señora,
y que el Príncipe egregio que algún día
ha de regir a la nación hispana,
se goce de su pueblo en la alegría.
Híspalis, siempre fiel a tus mayores,
hoy a sus Reyes con amor profundo
saluda de placer arrebatada,
renovando, con férvidos loores,
sus votos de lealtad acrisolada.
¡Que en tan pura ovación absorto el mundo
el patrio amor de nuestras almas vea,
y su recuerdo, en gloria asaz fecundo,
presagio eterno de ventura sea!
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