A LA SMA. VIRGEN MARÍA EN MONTSERRAT (Parte III)
Ya eminentes varones, rodeados
de la entusiasta multitud que llena
con vítores el viento,
conduciendo la Imagen sacrosanta
a la ciudad cercana se encaminan:
Mas, ah, ¡nuevo portento!
¿qué poderosa mano
sus plantas a las rocas encadena?
¿Quién del cristiano pueblo de María
la generosa voluntad enfrena?
¡Oh! dejadla, dejadla; es que no quiere
abandonar su albergue misterioso:
Otro templo le alzad en ese monte
do en apacible calma
nueva vida parece.
Del alto Cielo recibir el alma,
y un aire respirar menos impuro...
Ella en su excelso trono
será la blanca nube que se mece
de la esperanza en el oriente puro,
la escala santa de Jacob que ofrece
fácil camino al inmortal seguro.
 
¡Ah! ¿Quién narrar pudiera los blasones
los altos timbres de su nueva historia?
Subid al Montserrat, y vuestros ojos
atónitos contemplen los despojos
de extranjeras naciones
que príncipes y reyes
a los pies ofrecieron de María...
Contad, contad sus triunfos... Ah, que en vano
la mente con afán lo intentaría
Ved allí las banderas
que en Lepanto se alzaban arrogantes
del potente Selim en las galeras;
ved de Túnez los ínclitos laureles,
digna alfombra a su planta,
de España gloria, encanto de sus fieles.
Y si buscáis de paz dulces ofrendas,
la vista dirigid a la alta cimbria,
de lámparas ornada;
el camarín suntuoso, la estimada
corona de brillante pedrería,
de sacrosanta fe fúlgidas prendas,
un instante admirad, y absorta el alma
en la atmósfera pura y trasparente
de tiempo más dichoso
se agitará con entusiasmo ardiente;
o del órgano grave y sonoroso
al escuchar la grata melodía,
de los antiguos, fieles peregrinos
se fingirá los férvidos cantares,
que el manso Llobregat entre sus olas
raudo llevaba a los tendidos mares.
 
Mas ¡ay! ¿por qué cercada
de ingrata soledad y honda tristeza
hoy se contempla tu mansión, Señora?
¿Es que la duda y la impiedad ahora
arrogantes se alzan? ¿Extinguida
la fe pudo quedar en nuestro pecho,
y nuestra mente al seductor halago
del mundano placer adormecida?
¡Deplorable verdad!... ¡Época infausta!...
¿Qué importa que en el vago
círculo del saber, de fama ansiosa,
oh desdichada humanidad, despliegues
el mapa de tus triunfos, y orgullosa
a contemplarlo con afán te entregues?
¿Qué importa, sí, que de tu seno broten
mil inventos y mil, si en sed de oro
te abrasas, cual la Roma degradada
del pérfido Nerón y de Vitelio,
y en el falaz tesoro
de tu mezquina ciencia
se mira despreciada
la sublime verdad del Evangelio?
Oro y aplausos prestas al impío
que niega de Jesús la omnipotencia,
en tanto que la Iglesia en hondo duelo
persecuciones llora,
y el Padre de los fieles, sin consuelo,
tu ciego error y tu ambición deplora.
 
¡Oh inmaculada Virgen!
¿Será que ya en la tierra
no brille la justicia? ¿Tu mirada
del suelo apartas, con desdén profundo,
al ver de lodo inmundo
la miserable humanidad manchada?
¡Piedad, piedad, Señora!
Aún queda un noble pueblo
que extraños cultos de su seno aleja,
y sólo al Dios omnipotente adora.
Contémplalo a tus plantas, oh María,
y concédele pía
la salvación que para el mundo implora.
Que su llanto copioso, del Eterno
pueda alcanzar, por tu benigna mano,
el perdón a los míseros errores
en que se abisma el pensamiento humano,
y llevar dulce alivio al triste anciano,
al sucesor de Pedro en sus dolores.
 
¡Oh! dame, Madre mía,
que contemple la plácida alborada
de tan risueño y venturoso día...
Que por siempre humillada
se mire la impiedad, hoy arrogante,
y la prole de Adán, por ti salvada,
hosanna eterno a su Hacedor levante.
Sí; logre yo un momento
disfrutar de tan célica ventura,
y a tus plantas después, oh Virgen pura,
tranquilo exhale mi postrer aliento.
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