BALADA
- I -
Fuese el conde don Ramiro
al asedio de Granada,
dejando a su esposa amada
en su castillo feudal.
Y al partir: «Guarda, le dijo,
tu honra más que mi tesoro,
que en mucho estimo el decoro,
y en muy poco mi caudal.
»Si aquella una vez se pierde
tarde o nunca se recobra,
mas el vil oro se cobra
por la suerte y el valor.
Y al volver aquí triunfante
de vengar justos agravios,
cual hora encuentro en tus labios
dulce sonrisa de amor.»
Esto diciendo el buen conde
montó a caballo ligero,
y por agreste sendero,
seguido de sus parciales
y de sus deudos leales,
de sus tierras se alejó.
Y la bella castellana
perderse en la selva, perderse le vio;
y al separarse de la ventana
un rayo de gozo, de dicha liviana
su frente inundó.
- II -
Tornó el conde don Ramiro
victorioso de la guerra,
mas al llegar a su tierra
con su mesnada leal,
tristes nuevas de su honra
tuvo, y de su esposa bella,
y juró vengarse de ella
por traidora y desleal.
Que en su ausencia requiriola
de amor un noble extranjero,
a quien llaman don Gualtero,
el duque galanteador.
Y ella obsequiosa aceptando
sus lisonjeros favores,
en más tuvo estos amores,
que de su esposo el honor.
Ardiendo en ira el buen conde
volvió riendas, y ligero,
por ignorado sendero,
seguido de sus parciales
y de sus deudos leales,
de sus estados salió.
Y sin perder una hora
a Francia atrevido, a Francia llegó:
Del duque al castillo se acerca, que honora
blasón coronado, y en él vengadora
su lanza clavó.
- III -
Firme el conde don Ramiro,
confiado en su pujanza,
el día de su venganza
mira tranquilo llegar,
que audaz su rival odioso
retolo a lucha de muerte,
mas él en Dios y en su suerte
confía para lidiar.
Ya en el palenque se miran:
mas el conde a don Gualtero
así le dice altanero65
a punto de acometer:
«Para triunfar de las damas
sagaz fuisteis y arrojado,
probad que sabéis, osado,
a los varones vencer.»
Y lanzándose con brío
contra su contrario aleve,
logró desarmarlo en breve;
y a vista de sus parciales
y de sus deudos leales,
por tierra lo derribó.
Y su cabeza cortando,
de Francia con ella, de Francia partió,
asombro a las huestes del duque inspirando;
y el mismo camino pausado tomando
a España tornó.
- IV -
Llegó el conde don Ramiro
macilento a su morada,
y a su encuentro, apresurada
acudió la esposa infiel,
y sin ver que cauteloso
su dolo está comprendiendo,
dulce sonrisa fingiendo,
los brazos tendió hacia él.
«Aparta, mujer perjura,
dice airado, y la rechaza;
y pues de engañarme traza
te diste, sin fe ni honor;
para que sin tregua goces
de tus viles devaneos,
toma, y sacie tus deseos
esta prenda de tu amor.»
Y a sus pies, del duque arroja
la cabeza ensangrentada;
y ella trémula, turbada,
ante el conde y sus parciales
y ante sus deudos leales,
casi exánime cayó.
Mas sin piedad el esposo
a ocultas prisiones llevarla mandó,
do pase su vida sin paz ni reposo:
Así don Ramiro, de su honra celoso,
su afrenta vengó.
A la memoria de mi buena y querida madre la
señora doña María del Carmen de Novoa y Campos de Lamarque