GLOSANDO A RONSARD Y OTRAS RIMAS II
'''Ramón Pérez de Ayala'''

Lo recuerdo... Un pintor me lo retrata
no en el lino, en el tiempo. Rostro enjuto,
sobre el rojo manchón de la corbata,
bajo el amplio sombrero; resoluto
el ademán, y el gesto petulante
—un sí es no es—de mayorazgo en corte;
de bachelor en Oxford, o estudiante
en Salamanca, señoril el porte.
Gran poeta, el pacífico sendero
cantó que lleva a la asturiana aldea;
el mar polisonoro y el sol de Homero
le dieron ancho ritmo, clara idea;
su innúmero camino el mar ibero;
su propio navegar, propia Odisea.


'''En la fiesta de Grandmontagne'''

''Leído en el Mesón del Segoviano''.

Cuenta la Historia que un día,
buscando mejor España,
Grandmontagne se partía
de una tierra de montaña,
de una tierra
de agria sierra.
¿Cuál? No sé. ¿La serranía
de Burgos? ¿El Pirineo?
¿Urbión, donde el Duero nace?
Averiguadlo. Yo veo
un prado en que el negro toro
reposa, y la oveja pace
entre ginestas de oro;
y unos altos, verdes pinos;
más arriba, peña y peña,
y un rubio mozo que sueña
con caminos,
en el aire, de cigüeña,
entre montes de merinos,
con rebaños trashumantes
y «vapores» de emigrantes
a pueblos ultramarinos.

II

Grandmontagne saludaba
a los suyos, en la popa
de un barco que se alejaba
del triste rabo de Europa.
Tras de mucho devorar
caminos del mar profundo,
vio las estrellas brillar
sobre la panza del mundo.
Arribado a un ancho estuario,
dio en la argentina Babel.
El llevaba un diccionario
y siempre leía en él:
era su devocionario.
Y en la ciudad—no en el hampa— y en la Pampa
hizo su propia conquista.
El cronista
de dos mundos, bajo el sol,
el duro pan se ganaba
y, de noche, fabricaba
su magnífico español.
La faena trabajosa,
y la mar y la llanura,
caminata o singladura,
siempre larga,
diéronle, para su prosa,
viento recio, sal amarga
y la amplia línea armoniosa
del horizonte lejano.
Llevó del monte la dureza,
calma le dio el océano
y grandeza;
y de un pueblo americano
donde florece la hombría
nos trae la fe y la alegría
que ha perdido el castellano.

III

En este remolino de España, rompeolas
de las cuarenta y nueve provincias españolas
—Madrid del cucañista, Madrid del pretendiente—,
y en un mesón antiguo, y entre la poca gente
—¡tan poca!-sin librea, que sufre y que trabaja,
y aun corta solamente su pan con su navaja,
por Grandmontagne alcemos la copa. Al suelo indiano,
ungido de las letras embajador hispano,
ayant pour tout laquais votre ombre seulement,
os vais, buen caballero... Que Dios os dé su mano,
que el mar y el cielo os sean propicios, capitán.