OJOS OSCUROS, DULCES

Como tu ancianidad, nunca amé nada tanto.
Nunca como esa mano que se hace a la mía
y va desde el meñique, con un rumbo aprendido,
recorre el brazo arriba y se posa en mi cuello,
justo donde sostienes mi barbilla y me miras
para que yo te mire, bien lo saben mis ojos.
No es de la belleza de donde vengo, no.
Tengo tus mismos años, y por eso también
sostengo tu mirada y encuentro una ciudad
donde no es la belleza su habitante, es el tiempo.

Ojos oscuros, dulces, si os he de mirar,
al menos consentidme que sea en la mirada
que me sigue mirando, que bien sé que es de amor,
de mucho amor por mí, aunque traiga la muerte.
Con un mirar así, ojos oscuros, dulces,
nada puedo temer, pues, aunque me hacen viejo,
también sé que me llevan a la resurrección.