A CONCEPCIÓN ESTEVARENA


Inmenso afán tu corazón sentía
y el mismo afán mi pecho alimentaba;
la misma juventud nos sonreía
y un sentimiento igual nos acercaba.
Me mirabas no más, y eran tus ojos
abierto libro, donde yo leía
tus luchas, tus enojos;
y tú, a través de mi aparente calma,
descifrabas también, con noble aliento,
los eternos combates de mi alma,
las dudas de un rebelde pensamiento.