EL TRIUNFO DE LA TOLERANCIA

¡Ay! ¿cuándo brillarás, felice día,
en que estreche el humano
con el humano la amorosa diestra?
¿cuándo será el momento que destierre
a la olvidada historia
el grito funeral de guerra y gloria?
Dulce beneficencia, tú del cielo
el don más delicioso,
del mísero mortal desconocida,
¿adónde, adónde fijarás tus aras,
cuando en tu fuego ardiente
se purifique la malvada gente?
¡Ah! desciende; tu santo trono sean rendidos corazones,
y la virtud tu sacrificio; extiende
el cetro bienhechor que te confía
el Hacedor del mundo,
y llena el orbe de tu ardor fecundo.
¡Oh tantas veces tanto suspirada
de las almas sensibles,
y apenas a sus votos concedida!
ven; contigo la paz, la tolerancia,
y la amistad hermosa
embellezcan la tierra ya dichosa.
Que asaz de sangre retiñó su acero
el fanatismo impío,
de la máscara hipócrita velado;
asaz quemó su antorcha asoladora,
a la ambición prestada,
del inocente la infeliz morada.
Sí; yo los vi: ¡los monstruos! de ira ardiendo,
sedientos de venganzas,
invocaron a un Dios de mansedumbre;
en su sangre de amor fieros mojaron
los agudos puñales,
y a destrozar volaron los mortales.
¡Oh tristes campos de la antigua Albiga!
¡oh cavernas del Alpe!
¡oh noche infanda de delito y muerte,
en que el furor sagrado y la perfidia
y la ambición insana
las Galias inundó de sangre humana!
Y tú ¡oh España, amada patria mía!
tú sobre el solio viste,
con tanta sangre y triunfos recobrado,
alzar al monstruo la cerviz horrenda,
y adorado de reyes,
fiero esgrimir la espada de las leyes.
¡Execrables hogueras! allí arde
nuestra primera gloria;
la libertad común yace en cenizas
so el trono y so el altar. Allí se abate
bajo el poder del cielo
del libre pensamiento el libre vuelo.
¿Dónde corréis, impíos? ¿qué inhumana,
qué sed devoradora
de sangre y de suplicios os enciende?
¿No veis en esa víctima sin crimen,
que la impiedad condena,
de la patria la mísera cadena?
Y ¿qué, grande Hacedor, en nombre tuyo
siempre el mortal perverso
degollará y oprimirá? Creando,
cual es su corazón, un Dios de ira, ¿volará a las matanzas
invocando al Señor de las venganzas?
Mas ¡ay! ¿qué grito por la esfera umbría
desde la helada orilla
del caledonio golfo se desprende?:
«hombres, hermanos sois, vivid hermanos»;
y vuela al mediodía
y al piélago feliz do nace el día.
Sí; que una vez el Hacedor benigno
dijo: «que la luz sea»,
y fue la luz. Tronó sereno el cielo,
y desde el Tajo hasta el remoto Ganges
desplómanse al abismo
las aras del sangriento fanatismo.
Salud, mundo infeliz; ya destruido
ves el imperio horrendo
que levantó el error; ya se oscurece
al celestial aspecto de la lumbre
la abominable hoguera,
que un diluvio de sangre no extinguiera. ¡Ay! que ya del océano saliendo
la lumbre bienhechora,
por los iberos campos se dilata.
¡Ay! que ya las riberas inundando
del levítico Betis,
llega a las playas últimas de Tetis.
Mas ¡oh! ¿dónde se fija? ¡oh santuario
por siempre respetable,
otro tiempo espelunca de furores!
sí, santa luz; do tus reflejos miro,
allí con luz sombría
de la superstición la antorcha ardía.
Ardía, sí; y los hombres engañados,
que deslumbró su fuego,
allí mismo la muerte fulminaban
en tu nombre, oh Señor de las piedades;
allí, allí los insanos
degollar meditaban sus hermanos.
Y la calumnia, como sierpe astuta
que sus vestigios borra,
la víctima inocente sorprendía;
y pérfida de Temis la balanza
oprimió al acusado
con el peso de un Dios de furia armado.
Ese lumbroso oriente, ese divino
raudal inextinguible
de saber, de bondad y de clemencia,
fue trono de feroces magistrados,
cuya justicia impía
vengar de Dios la injuria presumía.
¡Olvido eterno a su crueldad! y sea
castigo a tanto crimen
el perdón, que las víctimas conceden.
Si es posible, tu velo, oh tolerancia,
sepulte sus errores,
y tú, prole futura, los ignores.
Hijos gloriosos de la paz, el día
del bien ha amanecido;
cantad el himno de amistad, que presto
lo cantará gozoso y reverente
el tártaro inhumano
y el isleño del último océano.