AMAPOLA
Diosa amapola de mi rojo jardín,
sembrada en tallos verdes
y regada con aguas rotas,
en los prados de mi Bahía.




Entrañable y bello pétalo rosado,
de un tren imparable de amor y deseos,
que contemplo y acaricio desde el vacío de mi soledad,
al alejarse de noche y penetrar en las entrañas de la huída,
desprendiendo gemidos de júbilo y miel de su río.


Sólo yo y sola ella en el puente de piedra,
perdidos por caminos dispares de la sombra,
en busca de un fuego que nos abrase las manos,
y sin querer quemarnos con el besar de nuestras bocas.


Beberé de su cuerpo en llamas
y cruzaré la frontera de su sal marina,
aunque las sábanas blancas destiñan
con el roce de las olas de nuestras carnes.


Me estás arrancando la sequedad de mi lengua

y alejando el humo sumergido de mi hoguera,
cuando me encuentro tumbado desnudo en la playa,
sin pensar en otra flor de azufre,
al enloquecerme con el delicado tacto de tus miradas.


Trashumante pastor de ovejas, cabras y cabritos,
que desconoce el corral de su definitiva morada;
pero en el morral lleva tu delicado lienzo,
para colgarlo en sus paredes y soñar al mirarlo.
Porque lo que es quererte, te quiere.
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